────/Fingió ignorar el puchero que asomó en sus labios cuando le reclamó, una expresión tan dulce que se le antojó repetirla. Rodó los ojos ante su réplica, aunque sus labios se curvaron en una sonrisa que casi parecía una sombra. ¿Ahora me pones toque de queda, ciervo? /El apodo se deslizó, burlón y suave a la vez. Dio un par de pasos hacia él, borrando la distancia lo suficiente para ver cada expresión que se formaba en su rostro. Entonces lo notó bien: la tensión en sus hombros, el leve temblor en la base de su cuello, la forma en que exhalaba, pesado. Sin pensarlo alzó una mano; sus dedos, fríos por la noche, rozaron la piel tibia justo donde el cuello de Amory se unía con su hombro. Un contacto apenas, como la caricia de una hoja. Estás… tenso. /Murmuró, como si hiciera falta decirlo. Con cuidado, sus dedos presionaron apenas la zona, tanteando la rigidez, describiendo un círculo lento que apenas se notaba. Deberías… /soltó justo contra su cuello. trabajar menos. O dejar que alguien… /calló, insegura de cómo terminar esa frase. Su pulgar dibujó otra presión suave, como si quisiera borrar la tensión de sus músculos. Un segundo más y retiró la mano. Su mirada bajó, como si acabará de notar lo que hizo. Vas a terminar doblándote en mitad de la calle. /masculló, un intento torpe de cubrir su impulso; aunque el leve rubor en la punta de sus orejas la delataba. Tonto.