Me siento muy sola.
Ya no hay melodía, día o noche que me llene.
Tampoco están las risas que, sin sentido me hacían reír también;
ni los amigos con los que compartía meriendas o un vino.
Tampoco están conmigo las ganas de expresar cuánto amo la vida,
ni las ganas de decir cuán enamorada estoy de las orquídeas blancas
y de la idea del amor, o enamorarse.
Y, aunque la luna me sonrisa cada noche,
no siento nada, salvo las gotas pesadas qué salen de mis ojos
y el olor a penumbras que emana de mi cuerpo los días enteros que decido no limpiarme.
Terminó el verano, terminó el otoño.
El invierno también está a un mes y medio de terminar.
Pero yo sigo así, sigo aquí.
Indecisa con lo que quiero, con miles de proyectos, sin iniciativa, y con el alma hecha pedazos de tanto pensar.
Mi mente sigue igual que siempre:
llena de cualquier tipo de pensamientos.
Es de quien jamás podré liberarme.
Me susurra cosas e irrumpe, de forma despiadada, mis buenos días.
No me recuerda lo que debo hacer, a dónde ir o a quien llamar,
pero viene siempre.
Ella viene cuando ya no la necesito,
cuando no la quiero.