—Voy a una consulta no lejos de aquí.
—¿A una consulta? —Él tenía una fortuna en el banco y su esposa iba a una consulta. Tenía que
llevársela a un lugar donde pudiera borrar a besos esa implacable y resuelta mirada de su cara,
pero la única manera de hacerlo era intimidándola.
—No creo que hayas estado cuidándote demasiado. Estás delgada y pálida. Y tan nerviosa que
parece que te vaya a dar un ataque.
—¿Y a ti qué te importa? No quieres al bebé.
—Oh, claro que quiero al bebé. Puede que actuara como un bastardo cuando me diste la buena
nueva, pero te aseguro que he recuperado la cordura. Sé que no quieres volver conmigo ahora,
pero no tienes otra opción. Es peligroso para a ti y para el bebé, Daisy, y no voy a permitir que
sigas así.
Alex supo que había encontrado su punto débil, pero ella se siguió oponiendo a él con
terquedad.
—No es asunto tuyo.
—Claro que sí. Voy a asegurarme de que tanto tú como el bebé estéis bien. —En los ojos de
Daisy apareció una mirada recelosa. —No me importa jugar sucio —añadió Alex en voz baja, —
pienso descubrir dónde trabajas y me encargaré de que te despidan.
—¿Me harías eso?
—Sin pensarlo dos veces.
Daisy hundió los hombros y él supo que había ganado, pero no sintió ninguna satisfacción.
—Ya no te amo —susurró ella. —No te amo en absoluto.
A él se le puso un nudo en la garganta.
—No importa, cariño. Yo tengo amor suficiente por los dos
Besar a un Ángel
SUSAN ELIZABETH PHILLIPS