Voy a hablar de sentimientos y salud mental. Mejor dicho, hablaré de mis sentimientos y mi salud mental.
Tengo ocho meses yendo a terapia y apenas en la sesión de la semana pasada me permití llorar. No me había preguntado porqué no lo había echo antes, para mí era normal contar mis situaciones y recibir retroalimentación al respecto. Tuve sesiones muy bonitas, pero ninguna como la pasada, porque logré sentir.
Y no es que yo sea un robot, pero mi psicóloga comentó que cada vez que le cuento mis tormentos (de cualquier temática), no muestro mis emociones con mi rostro, mis acciones o mi postura. Yo no lo había notado, pero es cierto. Mis sesiones anteriores fueron como si estuviera contando una historia ajena, algo que no me había pasado a mí.
Entonces lo entendí, primero pienso y luego siento: debería ser al revés.
Soy una persona que siente mucho y siente todo, pero cuando era niña y adolescente sentí demasiadas cosas negativas, que empecé a privarme de sentir porque era malo para mí.
Ahora, me aterra la adrenalina, porque me da miedo perder el control de mis emociones. Por eso primero analizo y si no me conviene, bloqueo los sentimientos. Ambos extremos, ni dolor, ni alegría. Nada que me saque de mi neutralidad, de mi zona de confort. Nada que me haga daño ni me cause adrenalina.
Aprendí a autoprotegerme, a salvarme y a cuidarme a mi manera. Sin embargo, en la actualidad, mi forma de funcionar me ha estado cobrando factura porque no soy capaz de permitirme conectar con mis sentimientos.
No me gusta sentir. No me gusta tocar mis emociones. Prefiero que se queden intactas para que no exploten dentro de mí, pero me estoy haciendo daño a la par.
Vaya dilema para alguien que tenía como misión escribir historias enfocadas, más que nada, en transmitir sentimientos. He llegado a la conclusión de que es por ello que no he podido avanzar con ninguna obra.
+