⠀⠀ ⠀⠀── ⟋el cielo amanecía exangüe, de ese tono ceniciento que no anuncia la tormenta con estrépito, sino que la presagia en la mirada del ojo atento. esa mañana, un alma joven caminaba entre los pasillos de piedra húmeda en el templo, sosteniendo entre sus manos una bolsita, atada sobre un hilo rojo. un cúmulo de granos de arroz crudo, pizcas de sal, y una tira con un nombre ajeno. lo único que recordaba de ella en cierta parte, era la voz de esa anciana, bajo la luz amarilla del hospital. era un encargo materno, un mandato que desciende del último acto de despedida y sin lugar para preguntas.
no osó contemplar el entorno con detenimiento, temeroso del peso intangible que la sacralidad del recinto imponía, desde la campanas apagadas, maderas desgastadas, papeles colgados y figuras de origami. le provocaba un escalofrío interno, pisando apenas, contenido en sí mismo. al arribar al rincón señalado, se rindió en una torpe genuflexión, más obediente que piadoso. dedos crispados desanudó el hilo rojo y sacó la ofrenda; un ceño imbuido en la concentración febril en no arruinar nada. hasta que el papel doblado rodó fuera del conjunto, astuto fugitivo, insolencia absurda.
lo observó clarecido pánico, cada parte de ese rito era sagrado. se inclinó para alcanzarlo, gateando un poco con las palmas sobre las piedras frías, y lo persiguió hasta que el papel rodó justo contra un pie que no era suyo. quedó suspendido, alzó su mirada, con la lentitud de un caracol. ignoraba qué temía más: haber interrumpido un ritual o haber tocado a alguien sin querer.
