La primera vez que vi a River Phoenix en "Mi Idaho Privado", casi me quedé sin aliento. Este no era el chico guapo pintado que Hollywood solía presentar. Era algo completamente distinto: hermoso pero no frágil, vulnerable pero eléctrico con una fuerza silenciosa. Esos ojos grandes que veían demasiado. Esa boca que parecía guardar secretos. En 1991, cuando aún se esperaba que los hombres fueran duros como Stallone o arrogantes como Tom Cruise, River se atrevió a simplemente... existir. Hermoso sin disculparse. Sensible sin permiso, y no tuvo miedo de hablar cuando otros guardaban silencio: "Creo que es muy importante para la comunidad gay tener personajes aleatorios que no representen nada más que personas... Creo que es parte de una ola que sentará un precedente para que ya no necesitemos una etiqueta". Nos regaló una nueva masculinidad antes de que supiéramos que la necesitábamos. Luego se fue, con solo 23 años, antes de que pudiéramos agradecerle.