243

cuando alguien traicionó a su grupo en el juego de las canicas, sunri no supo defenderse. lloró. lloró mucho.
          	  
          	  pero en vez de vengarse… le dejó su canica al compañero y se fue a sentar, rendida.
          	  
          	  lo increíble es que él se sintió tan culpable… que la salvó. le devolvió su lugar en la fila y se fue él.
          	  sunri no lo entendía.
          	  
          	  —¿por qué hiciste eso…?
          	  
          	  —porque eres la única persona aquí que sigue siendo humana.
          	  

sunri empezó a destacar no por manipular ni gritar, sino por cuidar a los demás.
          	  
          	  —¿está bien? —le preguntó a una mujer mayor que se había hecho pipí del miedo.
          	  le prestó su chaqueta, la ayudó a dormir.
          	  
          	  en el juego del dalgona, usó su lengua como vio en los videos de niños. cuando la figura se rompió, ella ya lo había logrado justo a tiempo.
          	  
          	  muchos empezaron a verla como un “ángel” entre asesinos. pero eso también la volvió objetivo. la gente dulce no suele durar.

sunri despertó en un cuarto blanco, asustada, con una pijama verde que le quedaba grande.
          	  cuando vio que todos eran fríos y agresivos, se pegó a la pared como un animalito asustado.
          	  
          	  en luz roja, luz verde, lloró al ver a la primera persona caer.
          	  pero respiró hondo, se limpió las lágrimas y caminó. paso a paso. sin temblar.
          	  ella quería vivir. por su abuelita. por las flores. por sus sueños.