(Basado en el texto Pantalones azules de Sara Gallardo)
Como un reflector quemado en el escenario.
Pensó, al escuchar a su amigo preguntarle:
—¿Cómo estás?
Pero no podía decirlo. Sus pensamientos giraban como si de una calesita se tratara. Alguien estaba manejándola y (por lo visto) no tenía pensado pararla.
Como un reflector quemado en el escenario.
Lleno de gente alrededor, pero tan solitario. Todos a su lado están bien, pero ese no. Todos brillan y apuntan a la marea de gente, pero ese no puede. Trata, pero, haga lo que haga…
Nunca va a dejar de ser un reflector quemado.
Siempre va a estar ahí, con todos cerca suyo continuando con su vida como siempre. Nadie parece darse cuenta de lo que está sucediendo allí arriba. Todos miran el espectáculo desde abajo, y nadie parece notarlo. Intenta prenderse, hace todos sus esfuerzos por ser como el resto de las luces.
Pero siempre va a ser un reflector quemado.
Hasta que un día será el día en el cuál alguien revise las luces.
“—Hay algo en la iluminación que no anda bien.”
Y ahí será cuando se darán cuenta:
Hay un reflector quemado.
Alguien lo sacará. Todos los demás, los brillantes, los normales, los perfectos, se lamentarán. Sin embargo, ese no. Porque, en ese momento, ya no sería más un reflector quemado.
Ahora sería simplemente un reflector.
En un basural junto a los demás fallados, todos imperfectos, todos apagados, se sentirá libre. Como si hubiese encontrado un lugar donde estar, donde sentirse parte. Nadie sería más o menos que otro.
Quería ser simplemente un reflector.
Pero, hasta ese entonces, iba a tener que esperar. Esperar a que alguien lo encuentre y lo salve.
—Bien, bien. ¿Y vos? ¿Cómo andás?