Capítulo 6: Cabello.

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Sábado, 27 de Septiembre de 2008.


La tarde de ese Sábado era esplendida para pasar un rato en familia haciendo un pícnic, o jugando a la pelota con tu perro en la plaza central de la ciudad de Matropolia. Y Cameron Burges había estado planeando hacer una gran parrillada con su esposa, sus dos pequeños gemelos recién nacidos y su hijo mayor; a quién había ido a esperar al aeropuerto ya que éste se encontraba estudiando en una universidad de otro estado. Sin embargo, Thomas no había podido ir por unos exámenes que tenía atrasados, y por eso llamó a su padre en último momento para decirle que no podría ir a la parrillada familiar y que volvería a casa para Diciembre.

Por eso aquel hombre que apenas estaba entrando a los cuarenta se había devuelto a casa con una cara larga y triste: por otro mes más sin poder ver a su muchacho. Al menos, le reconfortaba saber que él volvería para navidad y que la familia volvería a estar completa otra vez. Ese fue su consuelo de camino a casa mientras que iba andando por la acera de su calle mirando como los carros se desplazaban por la carretera, los niños correteaban con sus patines y algunas parejas caminaban tomadas de las manos. Supuso, que se dirigían hacia la plaza central de la ciudad a comerse a besos, como él lo hacía en su juventud con su esposa Eleonora.

Se había ido caminando al aeropuerto, ya que su casa estaba a una cuadra cerca y quizás fue por eso, o porque se había inclinado para amarrarse las trenzas de sus elegantes zapatos en ese momento: que vio algo que descendió suavemente por la brisa como una pluma, cayendo sobre sus pies. Lo primero que pensó fue que era un grupo de hilos enredados, pero después cuando lo observó detalladamente se dio cuenta que era un extraño cabello.

Era muy delgado, y supo que era muy suave cuando lo tomó entre sus dedos. Era rubio, y delicado. Entonces, Cameron creyó que era el cabello más hermoso que jamás hubiese visto antes, y fantaseó con la mujer a la que le hubiese pertenecido. «Seguramente es hermosa.», pensó sin parar de imaginarse el rostro de esa persona a la cuál nunca había visto, y que jamás vería ahora.

Sin embargo, cuando se dio cuenta que era absurdo que estuviese sosteniendo entre sus dedos el cabello de una desconocida, y que hacer ese tipo de cosas era muy poco higiénico y extraño: echó el cabello sobre el suelo, y se irguió para retomar el camino a casa con su mujer, e hijos. Dio el primer paso, y empezó andar tranquilamente por la calle, pero cada vez que se alejaba más de ese extraño cabello sentía una punzada en el pecho, y como sí una necesidad de tenerlo se hubiera formado dentro de él. Y fue por eso que volvió sobre sus pies rápidamente para qué sin que nadie lo notase: recogiese discretamente el pelo.

«¿Qué estoy haciendo?», se preguntó por un segundo cuando guardó el cabello entre los bolsillos de sus pantalones de mezclilla, y volvió a casa sintiéndose muy afortunado. Pero no porque volvería a ver a su mujer, y él estaría feliz con su familia. Sino, porque tenía el cabello. Tenía el hermoso cabello, y era completamente suyo.

Era suyo, y de nadie más.

Era su tesoro.

No podía sacar de su cabeza el cabello, y no paraba de preguntarse a quién podría pertenecerle tal belleza. Estaba tan distraído en eso que ni siquiera notó cuando llegó a su casa, y entró por la puerta. Solo sintió que algo era diferente ahora, y que tenía muchas ganas de tocar el cabello otra vez con sus dedos y admirarlo para siempre. Lo necesitaba, porque se había estado sintiendo tan inquieto y triste al no poder verlo más.

Por eso enseguida que entró sacó el cabello de sus bolsillos, y se quedó absorto por un corto momento en la entrada con él entre sus dedos. Vio que seguía luciendo de la misma forma, suave, lindo y único. Pero su admiración por él se vio interrumpida cuando su esposa Eleonora lo llamó desde la cocina cuando lo escuchó llegar a casa, diciéndole:

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