Capítulo 8: Gato.

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Domingo, 22 de Febrero de 2009.


«Hay emergencias todo el tiempo, y si los animalitos me necesitan, ahí estaré para ellos», se dijo Malcom Davis así mismo. Cuando fue despertado por el sonido de su móvil, al recibir la llamada de uno de sus camaradas de la Clínica Veterinaria.

En ese instante, fue informado brevemente sobre que habían surgido algunas emergencias durante esa mañana con un grupo de perros y, que por ende se estaba solicitando su ayuda en el establecimiento. Y aunque, ese era uno de los días libres de Malcom; enseguida que escuchó que le necesitaban unas pobres criaturas en la Clínica, se preparó rápidamente para salir a tomar un autobús en la parada y partir a su destino.

Tomó una ducha rápida que duró menos de cinco minutos, vistió lo primero que vio en el armario de su habitación; sin embargo, no olvidó llevar en su maletín: su bata de Veterinario, antes de bajar alegremente por las escaleras. Quizás, era un poco extraño, pero a él le gustaba su trabajo, y de alguna manera, le hacía feliz cada vez que sus camaradas le necesitaban. Porque Malcom amaba a los animales, tanto así que tenía a un viejo Beagle y a tres gatos, que le seguían cada uno de sus pasos por todos lados, obedientes y leales.

Habían sido sus peludos compañeros de vida, desde que él decidió independizarse y mudarse solo a un vecindario de Evotica una vez que terminó la Universidad. Malcom los adoptó de un refugió y desde entonces los cinco habían sido una familia bastante unida. Por eso cuando el muchacho se detuvo frente a su puerta; colocándose la chaqueta para abrigarse del frío clima que hacía afuera. Tuvo que agacharse un poco, y despedirse de sus compañeros en un corto abrazo, hablándoles dulcemente:

- Papá volverá más tarde, se los prometo- dijo, mientras que le acariciaba el lomo a cada uno, y veía como sus mascotas le lamían la mano y se restregaban en sus piernas; y aunque, muchas personas del vecindario le veían como un extraño por hablarle a cada animalito que pasaba por su camino; por alguna razón las criaturas parecían entenderle de cierta forma. Por eso sus gatos comenzaron a maullarle y su perro chilló tristemente por lo bajo, pues sabían que sería otro día más en que su padre se iría al trabajo y regresaría hasta tarde.

Malcom se dio cuenta de la tristeza en sus ojitos, y eso casi le rompió el corazón. Pero tuvo que limitarse a darles un fuerte abrazo y, depositar sobre la cabeza peluda de cada uno un corto beso paternal, diciéndoles como si ellos le entendieran:

- No me monten una escenita ahora, saben que papá tiene que trabajar, así que por favor cuando salga por la puerta quiero que se comporten. ¿Está bien, niños?- él les pidió con un tono suave pero firme, y las criaturas se sentaron sobre sus traseros y entonces dejaron de quejarse.

Fue como si le hubieran entendido y decidieran asentir, por eso Malcom sonrió complacido por lo bien que los había entrenado, y luego de echarle una rápida mirada a los platos de plástico de sus pequeños; y darse cuenta de que tenían comida y agua suficiente hasta la tarde. Decidió abrir la puerta y salir de su hogar, encontrándose con el clima que ya había visto antes: el cielo oscurecido, nubes oscuras; cargadas de agua, y una fuerte ventisca lluviosa.

Y a pesar, de que el tiempo no le acompañaba con sus emociones de esa mañana, él sabía que de todos modos sería un estupendo día, así que cerró con llave la puerta y comenzó a caminar hacia la acera de enfrente y de esa manera andar hacia la parada de autobuses que estaba calle abajo. Todo eso ya era una rutina para él, y sólo se concentró un poco en: las nubes cargadas de agua, la brisa que se estrellaba contra su rostro. Y en esos pocos vecinos suyos paseando a sus mascotas por ahí; y que le saludaban al igual que él lo hacía.

«Nada fuera de lo común», pensó Malcom cómodamente, mientras que se encontraba andando por la acera; calle abajo, pasando junto a un grupo de coches aparcados en filas. Eso fue un poco fuera de lo común; ya que las personas no solían dejar sus coches afuera. Pero lo que le dejó sorprendido en esa mañana, fue cuando estuvo pasando por esos autos, y que de pronto escuchara uno de los maullidos de socorro de sus gatos.

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