Estaba sentado en la banqueta durante la lluvia. Las gotas grises se opacaron ante una gota de sangre -roja y brillante- que se resbalaba con delicadeza por el aire; bajó del cielo hasta caer como cae una suave pluma en el silencio. Nadó por los arroyos de la calle hasta llegar a mí. Me tocó el hombro y preguntó qué hacía sentado en medio de la lluvia. Siento que he visto antes a esa gota, me es familiar. Me parece conocida tu voz. Llevo un rato sentado en esta banqueta, buscando dónde limpiar mis manos; y ni los charcos y arroyuelos sirven. Estoy buscando agua que pueda saciar mi sed, pero las otras gotas se evaporan en el vacío, mientras se ensancha más la expansión negra.
¿Por qué eres una gota de sangre, y por qué vienes de las nubes? ¿Acaso una tórtola en el aire sangró y te perdiste entre la lluvia? ¿O buscas una vena para no secarte y vivir?
Una risa dulce destilando de su voz, tomó mis manos y las limpió. La gota se levantó y corrió; se hizo un arroyuelo rojo, luego se convirtió en una creciente de sangre, una ola roja inmensa hasta las nubes, luego en río de agua cristalina, blanca y resplandeciente, viva. Podía ver los peces nadando, el reflejo puro de las nubes y el cielo, el reflejo de mi rostro, de mis pensamientos. Las corrientes dejaban semillas de luz por todas partes, crecían blancos destellos, flores frescas y vivas, océanos de cristal, fuego transparente, perdón, redención, amor.
El río cristalino sanó todo lo que tocaba: los árboles secos reverdecieron y dieron fruto, las enfermedades huyeron cojeando y a tientas, el aire se volvió cristal también. Acerqué mis manos a las aguas, bebí del manantial y las corrientes llenaron los cántaros rotos; las aguas se desbordaron en mí como las presas rotas; un planeta de mar, aguas sin fondo, viento de vida que quebraba los ídolos de barro y las montañas altas, fuego que ardía quemando las víboras y escribiendo un nombre nuevo y limpio.
En el ancho cristal llegó un carpintero navegando una barca, me invitó a su casa mientras su rostro reía de gozo. La contemplación de las aguas cristalinas le alegraban, como si esa gota de sangre fuera una semilla que él plantó. Entré a su taller y me mostró su trabajo: una gran cruz de madera ¿Cuánto tiempo tiene trabajándola? Desde antes que te sentaras en esa banqueta, viendo las gotas caer y morir con tu sombra. Creo que a usted lo he visto antes, es tan familiar para mí, la gota de sangre tenía el mismo rostro que el suyo y ¿cómo es que sabe que tengo una sombra, y cómo es que sus ojos entran a mi corazón y descubren todo lo que hay en mí? Eres madera en mis manos. La gota de sangre que cayó del cielo, se asomó entre sus venas.
Una gota es suficiente formar el eterno raudal que da vida. La gota vino del cielo y del carpintero; tras ella un torrente de paz, unas nubes de amor y verdad, un viento vivo que limpia el corazón, un sello que brilla con fuego y resplandece con las estrellas, arras que anticipan una herencia. La gota de sangre es suficiente para todos; penetra las paredes, las ideas, el corazón, las montañas, envenena a los monstruos, destruye imperios y levanta uno eterno. La gota de sangre sigue viva, volando por todas partes y dando blancura, la gota de sangre es más dura que el diamante y destruye cadenas, destruye las sombras; vuela por el aire y grita como trompeta y anuncia urgente: como he destilado del cielo, de quien vengo vendrá también con las nubes ¡Ay de aquel que no bebió de la gota!