tercero.

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Youngha

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Youngha.

-¿Qué tal todo con Soobin? -me preguntó mi mejor amiga, Dowon, mientras volvíamos a casa.

No compartíamos ninguna clase ya que ella cursaba ya el último curso, pero como vivíamos en la misma urbanización, siempre nos poníamos al día durante el camino. No era incómodo contarle mis cosas porque la consideraba como la hermana mayor que nunca tuve, así que tras saludarnos le conté absolutamente todo lo que había pasado en estos últimos días.

-Bien, aunque algo inquieta -admití tras chasquear la lengua con fuerza.

-Es normal. Si yo estuviera en tu situación también me tiraría de los pelos -admitió, con una sonrisa cálida que me hizo sentir más cómoda.

Como Dowon tiene dos años más que yo, ya está emparejada con su alma gemela, que resultó ser uno de los empleados de la cafetería de la escuela. Al principio no sabían nada el uno del otro, y tampoco ayudaba que él fuera ya un universitario, ya que ella tenía dieciséis y él diecinueve cuando se enteraron; sin embargo, con paso del tiempo supieron superar las adversidades y ahora eran una pareja tan unida que parecen llevar cincuenta años de casados.

-La verdad es que no me preocupa que Soobin no me elija a mí, porque a pesar de estar unidos no siento nada por él, pero me preocupa Goeun. Se nota que ella sí que está enamorada de Soobin.

-Pero si no te elige a ti te quedarás sola para siempre -susurró Dowon, con un tono triste que hacía a juego con su rostro melancólico-. O ser novia de alguien que no es tu alma gemela.

Ese era el lado malo de todo lo que estaba sucediendo: si tu unión no te elegía a ti, sino a la otra mitad, tú debías pasarte la vida de manera solitaria, observando cómo él era feliz sin ti (porque el hilo rojo no te permitía huir) o conformarte con alguien que estuviese en tu misma situación (es decir, que hubiese sido rechazado también).

Ambas eran cosas malas, pero sorprendentemente a mí no me importaba, a pesar de que mis padres me habían inculcado desde pequeña que lo más importante era casarse con tu pareja destinada y tener hijos.

Lo único preocupante era que muchas veces la gente te trataba como una marginada si no eras la elegida. Al apartarte, era como decir sin palabras: "no estuviste a la altura de tu destino, así que tampoco estás a nuestro nivel".

-Tengo la suerte de contar con gente que me apoyará pase lo que pase -me encogí de hombros, aunque en el fondo sí que tenía miedo de que mis padres me repudiaran.

Ambos nacieron en una familia especialmente religiosa, y por eso crecí yendo a misa todas las semanas y teniendo claros ciertos valores que para otros pasaban por desapercibido; por ejemplo, siempre debía estar presentable y causar una buena imagen. No debía decir malas palabras, ya que era algo irrespetuoso y "poco propio de una mujer". Tampoco debía llamar la atención (aunque esto era difícil en mi instituto, donde todos sabían sobre mí).

fate ❀ soobinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora