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Wonwoo observó a través de la ventana. Apenas amaneciendo, el sol sin salir del todo, porque nubes grises encendidas por el fuego de los faroles eran las que se vislumbraban desde el oriente.

La vela a su lado con su llama ya tenue, sobre el escritorio de madera que había sido un regalo de un amigo suyo muy querido.

Wonwoo suspiró.

Ese cielo era hermoso apenas comenzando el día.

¿Tendría algún sentido quedarse a verlo cambiar hasta no parecer el mismo?

Recorrió la mirada por la habitación. Estaba en su estudio, con los estantes llenos de libros y una sola pintura que adornaba el escueto lugar.

Ostermorgen. El nombre de aquel cuadro. Mañana de Pascua. De Caspar David Friedrich.

Regalo de la persona que tenía en mente en esos momentos. En realidad, siempre lo tenía en su mente.

En pleno siglo XIX, con la Revolución Industrial aún en su auge, las calles yacían atiborradas de movimiento y vida desde esas tempranas horas.

Wonwoo sólo pudo sentir la confortable visión del humo ya alzándose a lo lejos y del zumbido lejano de las fábricas.

Vio de nuevo a través de su ventana y un chico pasando apurado en su bicicleta casi se lleva de encuentro a un señor.

Estaba inquieto. Aquel día era distinto a otros.

El barco Arcadia por fin llegaría a su desembarque en el puerto principal de Plymouth.

¿Y qué había de especial en ese barco?

Aquel hombre que evocó desde que despertó. El que evocó al ver al cielo amaneciendo. El que evocó al ver la pintura regalada por el mismo que trajo de uno de sus tantos viajes.

Junhui era aquel hombre que habitaba más en la mente de Wonwoo que cualquier otro ser existente.

Pero no era el hecho de estar pensando en él algo nuevo. Menos en esos momentos, que la ansiedad se depositaba, no sólo en su amígdala, sino también en sus manos temblorosas y en la vista inquieta.

¿Qué lo tenía así?

Por supuesto, Junhui viajaba mucho. Era un naturista que solía recorrer el mundo por su trabajo. A veces enviaba muestras de flores exóticas o de frutos brillantes y comestibles que no podía encontrar en Inglaterra a Wonwoo, que comía los frutos confiando en Jun y guardaba las plantas con adoración.

Por el contrario, Wonwoo era menos un aventurero y más una persona de punto fijo y de tierra firme. La única vez que viajó en barco, yendo desde su tierra natal hasta el país industrial más grande de Europa, había tenido una muy mala experiencia.

No era una persona de aventuras, y de todas maneras su trabajo como médico no le demandaba serlo.

El punto importante, sin desviarse por las ramas, era aquella inquietud suya. Aquella emoción y anticipación por ese día.

Jun y él intercambiaban correo. Cartas que nunca faltaban cuando el biólogo tenía que viajar a otra parte del vasto mundo.

Era la única manera de no extrañarlo, y aún así, sentía su ausencia como un gran pesar.

Jun y él eran grandes amigos. Cuando Wonwoo llegó a Inglaterra, siendo el único asiático en esas tierras del hombre blanco, se sintió al principio un tanto intimidado. Pero al encontrar a Jun, un alma libre, un hombre de alegría e inocencia inusual y de una amabilidad sorprendente... Wonwoo halló algo más valioso que su oportunidad de trabajo y estudio en ese lugar.

XIX (WonHui)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora