Outatime?

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El entusiasmo de todo el mundo era cautivador y contagioso. Cuando Auguste encargó enviar aquella cantidad de invitaciones, creí que había perdido el juicio. Pero allí estaban todos, en una fiesta preciosa y elegante, celebrando mi cumpleaños. Debido a la merecida fama que me había ganado en mis primeros años como reina de Francia, jamás hubiera creído posible aquello, haberme ganado el afecto de todas aquellas personas, aun tras todas las dificultas y contratiempos sufridos. Aquella noche era todo miradas amables y amplias sonrisas dirigidas a mí. Todos nuestros invitados se acercaban para poder hablar conmigo, llegando a formar grandes alborotos allí por donde pasaba.

Pero de entre todas aquellas miradas y sonrisas, no era capaz de apartar mi atención de una en concreto... El marqués charlaba tranquilamente, con su acostumbrado semblante sereno, con un grupo de mujeres que le rondaban. Pero sus ojos, de cuando en cuando, danzaban por la sala, al igual que los míos, hasta que se encontraban, y una preciosa sonrisa asomaba por la comisura de sus labios. Yo, al ver aquel dulce gesto, no podía evitar sonrojarme, y tratar de volver, inútilmente, a la conversación que trataban de mantener mis acompañantes conmigo.

-¡¡Asesino!! –gritó de repente una voz de mujer, haciendo enmudecer a toda la sala, incluyendo los músicos que ponían banda sonora a la velada.

Todos comenzamos a mirar a nuestro alrededor, nerviosos, y yo no tardé en descubrir, unos pasos por delante de mí, una sombra encapuchada, que avanzaba sin temor, hacia donde me encontraba. Traté de retroceder, pero la gente que se agolpaba a mi espalda me lo impidió. Entonces fui capaz de ver el arma de fuego que pendía su mano, pequeña y algo moderna para la época. Por algún motivo, me quedé helada en el sitio, observando a aquella persona seguir acercándose, a la vez que comenzaba a alzar la mano con la que sostenía la pistola.

De repente, alguien se detuvo delante de mí, y empezó a empujarme hacia la salida, instándole a todo el mundo a que se apartara para dejarnos escapar de aquel individuo. Una vez en el exterior, la lluvia comenzó a caer con fuerza sobre mi rostro, ayudándome a salir del trance en el que había entrado, siendo aún más consciente de la persona que se mantenía a mi espalda, protegiéndome con todo su cuerpo.

-¡Rápido, poned a todos en un lugar seguro! –exclamó la voz de Lafayette a mi espalda, sin soltarme en ningún momento.

Los guardias, alertados por la voz del marqués, se dispusieron rápidamente a evacuar a los nobles, mientras unos pocos se aventuraban al interior de nuevo, esquivando a toda la gente que huía despavorida. Pero Lafayette no se detuvo, y continuó tirando de mí, alejándome de la entrada principal a toda prisa. Fue cuando nos acercábamos a la entrada, cuando vi al rey siendo subido a un carruaje, el único que había por la zona.

-¡Alteza! –se adelantó Lafayette en exclamar.

Pero nadie le escuchó, y el carruaje emprendió la marcha a toda velocidad, guiado por un cochero ansioso que no tuvo reparos en fustigar a los caballos. Noté los dedos de Lafayette clavarse con rabia en mis brazos mientras el carruaje desaparecía de nuestra vista.

-¡Lafayette! –escuchamos gritar entonces.

Ambos nos giramos hacia la voz, quedándose el marqués algo por delante de mí, aún protegiéndome de lo que pudiera ocurrir, pero quien se acercaba a nosotros a la carrera era Fersen, ya con la espada enganchada en su cinturón.

-Nosotros nos encargaremos –dijo tras detenerse, volviendo a alzar la voz-. Llévese de aquí a la reina.

Los dos nobles se miraron durante unos segundos, y justo en el momento en que Fersen buscó mis ojos, Lafayette volvió a tirar de mí, dirigiéndome a la salida del palacio, obligándome a recoger mis faldas y echar a correr tan rápido como pudiera.

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