Sasha enterró el rostro en la almohada entre sus manos y se quejó en voz alta por decima vez en aquella mañana.
-Soy un idiota, un imbécil redomado... -respiró. La cantidad de palabras descalificativas que se había dicho a sí mismo en las últimas horas parecían no ser suficientes para sus propios oídos. -¿Cómo pude comportarme de tal manera? Soy un desvergonzado, sin duda me van a correr... aghhh...
Él se derrumbó en el sofá de tres cuerpos.
Había llegado de madrugada, escabulléndose como un gato furtivo, eligiendo la sala de su pequeño departamento como el lugar perfecto para dejar salir toda su frustración.
La noche anterior había sido... un sueño. Uno de lo más descabellado y encantador. Una fantasía en forma de deseo carnal.
Y si era sincero consigo mismo, Sasha no se arrepentiría jamás de tal suceso, no podía, era la hazaña más osada que tendría nunca para llevarse a la tumba. De ahí que la disfrutara como tal.
Pero sentado frente a su chimenea eléctrica, él tenía que saber que su trasero estaba en la calle en esos momentos. El señor Ambrose, Nate, sin duda ya debía de tener su despido impreso.
Mortificado hasta la medula, terminó de alistar un camastro improvisado en la alfombra. Había traído almohadas de su cuarto y algunas mantas de lana. Eso, acompañado de su pijama mullido preferido, serían su panorama para una larga jornada de películas festivas.
Él tenía que despejar su cabeza y la mejor época del año, en su humilde opinión, debía ayudar óptimamente con eso.
Estaba a medio camino entre la cocina y la sala cuando el timbre resonó por el apartamento.
Él no esperaba ver a nadie. Su teléfono estaba apagado. Sus padres vivían lejos.
-Syd, sé que estás adentro. -La voz de Nathan le llegó fuerte y clara a través de la puerta de madera. -Yo... solo quiero poder hablar contigo.
Sasha comenzó a temblar como papel al viento.
De todas las posibilidades, no contaba con aquella.
-Sé que sabes que me gustas -Fueron las siguientes palabras que se deslizaron bajo la puerta.
Okey, eso no era siquiera una posibilidad.
Sasha se acercó con cuidado, hipnotizado, como ratón detrás de un flautista.
-Mi historial de citas es francamente patético -Nathan estaba diciendo. -como ya haz de saber. No he salido con nadie en serio desde hace años, solo tengo cabeza para los negocios, pero creo que todo eso se trataba de ti. Porque te tenía conmigo, aunque fueses solo mi asistente. Pero... -Sasha se pegó a la puerta, ¿pero qué? -Pero esta mañana, después de lo de anoche, me he sentido perdido sin ti alrededor. Y he pensado... No te lo creerás, he visto a este hombre que dijo cosas y luego ya no...
El silencio se alargó.
Sasha se estaba mordiendo las uñas en la espera.
Nathan suspiró audiblemente.
-Dime que estás allí adentro, porque me estoy dejando en ridículo en este pasillo.
Bueno, había llegado el momento de la verdad.
Sasha abrió la puerta de sopetón, encontrando a su jefe luciendo fuera de su elemento.
-Hola -dijo este con cuidado.
-Hola -Sasha estaba envarado.
-Hola -Nate repitió de manera poco inteligente. -¿Escuchaste lo que dije?
Sasha asintió, aun dudando de sus oídos.
-Bueno, entonces... -Nathan pasó el peso de un pie a otro. La imagen de la vulnerabilidad en su faceta más tierna. -¿Puedo pasar?
-Claro, lo siento -Sasha se hizo a un lado, cerrando la puerta detrás de su jefe. Nathan. Dios. -Disculpe el desorden.
A Nate no podía importarle menos eso, pasó su mirada por el lugar, volviéndose para recorrer de la misma manera a Sasha. Con meticulosa calma. Una calma planeada, claro está. Estrictamente necesaria para ocupar el tiempo en que su cerebro dejara de hacer corto circuito y le diese palabras que decir; palabras que no lo hiciesen sonar como un tonto brutalmente enamorado.
Aunque lo era.
-¿Por qué te fuiste? -preguntó directo; arriesgando su última carta. El viejecillo del café lo había dejado pensando, en más de una manera. Su desaparición era una cosa, pero sus palabras tampoco eran para darse por sentado. Y él no se había congelado el trasero yendo hasta allí para irse por las ramas. -¿Por qué huiste de mí?
Sasha abrió la boca. Y nada salió.
-Yo...
-Mira, si te arrepientes de la pasada noche...
-¡No! -Sasha lo detuvo por el brazo. -No me arrepiento.
El asomo de una sonrisa tiró de los labios del señor Ambrose. Nathan, maldita sea.
-Entonces, tu... -Él le dio ánimos para que se explayara.
De modo que Sasha hizo la cosa más común y difícil, fue valiente.
Guio al hombre de sus sueños hasta uno de los sofás y se sentó frente a él.
-Tenía miedo, -comenzó mirándolo a los ojos. Nathan le correspondió en seriedad. -porque lo que hicimos, aunque increíble, puede justificarse, pero el amor es otra cosa.
Nathan tomó sus manos y se les quedó viendo.
-Lo entiendo, no sabes cómo. -Sus miradas se encontraron y engancharon.
¿Saben ustedes lo complejo que es coincidir con alguien en todo lo que importa? ¿La cantidad de puntos que deben alinearse para que todo suceda como tiene que suceder?
Eso se sabe en las entrañas, se siente en el roce de la piel, en el sabor de los labios. Se reconoce y atesora.
Y la única respuesta a la pregunta no formulada es arriesgarse.
-Entonces... -Nathan se humedeció los labios.
Sasha ya estaba riendo, acercándose.
-Creo que tengo muérdago en algún lado. -dijo en el rostro de Nate.
Este negó.
-¿Quién necesita muérdago para besarte cuando eres así de lindo?
Y solo eso cerró el trato.
-¿Soy lindo incluso si deseo golpear tu rostro con mi puño? -preguntó avergonzado, su estómago retorciéndose en nudos. Los nervios lo volvían bobo. Un lerdo completo.
-Incluso así. -Nate lo atrajo por el centro de la camisa de franela, uniendo sus labios.
El sabor a chocolate y especias pasó de uno a otro. Sus almas se aferraron a tan simple acto. La pasión se abrió paso en sus pechos, pegándolos juntos, bajando sus cuerpos hasta las mantas del camastro a la vez que se despojaban del pudor y sus prendas. Un pequeño pedazo de cielo en la tierra.
Nathan bañó el rostro de Sasha con besos destinados a apreciar cada detalle que solo se había permitido admirar de lejos.
Se respiraron, acallaron sus gemidos en besos, bebieron del placer del otro otorgando más que recibiendo. Abriendo la puerta para expresar sus sentimientos sin tapujos.
Cuando se separaron, Nathan estaba sonriendo de lado. Una mueca llena de gozo, completamente infantil... y feliz.
Tan sencillo y maravilloso.
Todo un resplandor que Sasha no había visto jamás. Y él lo supo, ellos serían ellos, en aquel pequeño rincón de magia que nacía cuando se besaban.
-Creo que te amo. -Fue susurrado a medio día, entre sudor, olor a sexo y ternura.
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Bajo el muérdago
RomanceNathan Ambrose se reconoce a sí mismo como el grinch en navidad, por eso no entiende cómo es que su corazón ha decidido jugarle una mala pasada fijandose en nada menos que Sasha Syd, cuyo espíritu navideño podría rivalizar con de un niño pequeño. Au...