PARTE I

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Nathan Ambrose tenía tan solo dieciocho años cuando su padre falleció en vísperas de navidad. Fue un ataque cardíaco. Nada más mundano. Pero, aun así, su ánimo para las festividades se fue con él. Y no había retornado con nada en los pasados ocho años.

Odiaba los preparativos y las decoraciones. Las aglomeraciones en las calles, el tráfico denso. Lo odiaba todo.

El espíritu de la navidad lo había jodido cuando se llevó a su viejo de su lado, ¿qué motivos tenía él para celebrar?

Aunque si había algo que odiara más que las fiestas mismas, era a quien las disfrutaba con cada parte de sí.

Alguien como Sasha Syd, su querido asistente.

El chico era menor que él por tan solo un par de años, no obstante, su eficiencia no tenía nada que ver con su juventud. Era ordenado, metódico y con una mente audaz que lo mantenía adelantándose a toda clase de sucesos. Gran razón por la cual Nate no lo había despedido cuando lo sacaba de quicio. Lo que ocurría seguido.

Era su mano derecha desde hacía cuatro años y si tenía que ser sincero al menos consigo mismo, el acaparador de sus fantasías desde la misma cantidad de tiempo.

En un principio, solo se había tratado de un deseo vano. De sacarse las ganas y dejarlo ir, pero de alguna manera, las cosas habían escalado rápidamente y Nate se encontraba a menudo mirando al chico y anhelando cosas mucho más amorosas que eróticas.

El darse cuenta de que estás enamorado de alguien a quien ves a diario es una revelación que te cambia. No sucede nada extraordinario, no hay fuegos artificiales ni ahogos repentinos. Es como nadar, en un momento estás bajo el agua y al siguiente, cuando sales a la superficie por aire, te maravillas con la luz del sol.

Así se sentía Nathan, viendo un rayo de sol explicarle el contenido de la carpeta que tenía en sus manos.

—Entonces, si todo sale de acuerdo al plan, usted no tendrá que mover ni un solo dedo. —Sasha tomó asiento frente a él con una gran sonrisa. —La empresa constructora es nueva, por lo que están ansiosos de hacerse con un nombre y trabajar para la empresa de su padre hará eso. Ellos querrán complacerlo en grande.

Ambrose estuvo de acuerdo.

—Bien, creo que entendí la mayor parte. Aunque aún voy a necesitar que te quedes cerca cuando empiece la reunión. —Él se puso de pie para acercarse a la ventana y poder conseguir un poco de perspectiva. La mera presencia de Sasha lo hacía ponerse nervioso. Y aquello era inaceptable. No solo era su jefe, sino que un hombre ya en sus treinta. Los enamoramientos bobos habían quedado muy atrás en su vida. —Sabes que soy un asco cuando un punto se me va. Pierdo el hilo...

—Por completo. —Sasha terminó por él con un asentimiento. —Descuide, yo cubro su espalda.

Nate cabeceó para sí mismo.

Tendría que cerrar aquel trato esa misma semana, lo antes posible con tal de empezar el próximo año con una alianza y, por lo tanto, con buen pie. Podría quedarse todos los días hasta tarde y lo lograría, de todos modos, Dios sabía que no había nadie esperándolo en casa como para tener otros planes.

Háblenle de deprimido.

Hubo revuelo a su espalda, el sonido inconfundible de una silla siendo arrastrada por el suelo y luego el choque de tazas entre sí, pero no volteó. Mantuvo su vista fija en la calle pisos abajo; en los compradores de último minuto y aquel vagabundo que se sentaba afuera del café de enfrente.

El hombre parecía estar tan congelado como Nathan se sentía por dentro.

Una taza humeante fue puesta bajo su nariz. Se echó atrás tomándola por inercia. Levantó una ceja interrogativa en dirección al chico que se la extendió.

—Chocolate caliente, para una cálida navidad. —Sasha dijo con un encogimiento. Él tenía una taza propia.

—Yo no bebo... chocolate caliente —Nathan miró la taza como si tuviese acido en su interior.

—Es víspera de navidad, señor Ambrose, todos podemos hacer sacrificios. Le hará sentir bien.

Y con eso dio media vuelta, saliendo sin mirar atrás.

A regañadientes, Nate aspiró el dulce aroma del brebaje. No estaba mal. Era alguna mezcla extraña, pues no podía diferenciar todos los sabores. Y cuando dio un trago, fue un ataque a sus papilas gustativas y a su interior. Se sintió caldeado hasta la punta de los pies de un solo golpe.

Mmm, es como tener una probada de él.

Otro punto a favor de Sasha. Preparaba un chocolate delicioso.

Nathan estaba sonriendo cuando la puerta fue abierta nuevamente y Sasha asomó su cabeza.

—Yo... olvidé decirle algo.

Nate suspiró. La mañana había transcurrido muy normal para ser verdad.

—¿Qué sucede? —Vio a su asistente morderse sus abultados labios y eso solo lo hizo ponerse nervioso. —Suéltalo ya.

—Pues... puede que haya dado autorización al resto de la oficina de hacer una reunión navideña a la hora del almuerzo. —dijo de sopetón.

En serio, si él no fuese tan lindo, Nate habría corrido su trasero.

—Siempre llevándome la contraria —expresó más divertido de lo que admitiría jamás. —Supongo que no puedo negarme, ¿no?

El pequeño chico sonrió como toda respuesta. Nada podía hacer Nathan ante eso. 

Bajo el muérdagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora