Debido a la curiosidad que Sasha había demostrado al no ser más que un pequeño, tuvo la oportunidad de conocer a Santa a los ocho años. Fue en la mañana de Navidad, durante la madrugada se había escabullido hasta la sala a la espera de ver sus regalos aparecer bajo el árbol que tan esmeradamente había decorado en memoria de su hermano fallecido hacía unos meses atrás.
Oscar había sido su compañero de travesuras, su defensor y su guía. Perderlo lo había devastado, no entendía cómo funcionaba la vida, mucho menos la muerte. Solo sabía que la cama frente a la de él estaba vacía en su cuarto compartido y que sus padres parecían un par de zombis robóticos desde su partida.
Aquella navidad había sido una prueba de fuego.
Sasha le pidió un único regalo a Santa. Un milagro de navidad; él quería a su hermano de vuelta. Quería que el día que fue de excursión escolar no hubiese ocurrido y Oscar no se hubiese subido a aquel autobús que terminó por colisionar con un camión de carga.
Santa apareció al amanecer. Vestía de rojo, lucía cansado y su bolsa de regalos era considerablemente más pequeña de lo que se veía en las películas. Sus gafas eran cuadradas y cubrían hasta sus pobladas cejas. Sasha había querido salir de su escondite de inmediato y hacer un millón de preguntas, hasta que lo oyó. Hasta que vio la figura regordeta doblarse en sus rodillas y temblar con el llanto que era incapaz de contener.
Su padre había hecho una pésima actuación vestido como San Nicholas, pero le había enseñado a Sasha la verdadera cara de las festividades; el amor y la unión. El sacrificio que conlleva seguir adelante, cuando sientes que el mundo se te cae a pedazos.
Una familia es una familia a pesar de donde estén las personas que la conforman, y al final del día, la vida continua sin detenerse por nadie.
—¡Syd! ¡Syd!
Sasha quitó la vista de su carpeta de presentación para mirar a su amigo Jared en la silla frente a su escritorio.
—¿Qué hay?
—¿Qué hay? —Se mofó. —Todos en la oficina están como locos, es como darles huevos de pascua a niños. El señor Ambrose jamás había dado un permiso para nada en estas festividades. ¿Cómo lo hiciste? Los chicos estén preparando un almuerzo en conjunto y un par de juegos para el intercambio de regalos, esto es grande.
Sasha se rio, su risa delicada que usaba solo en el trabajo.
—No hice nada en particular, solo le informé al jefe de la fiesta. Este fue un buen año, todos nos lo merecemos. Creo que él lo entiende.
Jared se rio con ganas. Conocía a Sasha desde que había entrado a la empresa y conocía su tendencia a dejar pasar lo obvio.
—Yo creo que el señor Ambrose tiene algo por ti. —Movió sus cejas de manera picara, que hizo a su amigo revolear los ojos incrédulo. —Piénsalo, te lo he dicho antes, estoy seguro que traes al tipo de cabeza. Solo se ablanda cuando tú le pides las cosas.
—Yo no le pido cosas. —Sasha se puso de pie apretando la carpeta contra su pecho. —Le indico las decisiones que tomo.
Jared lo siguió poniéndose a su lado, juntos salieron hacia el pasillo en donde ya comenzaban a extenderse las decoraciones para el almuerzo.
—Ya, y él solo te deja hacer. En serio amigo, tú no te das cuenta del poder que tienes.
En el centro común de las oficinas, estaban dispuestas las mesas unidas entre sí, servidas con la variedad de alimentos que se habian logrado reunir entre los trabajadores. Habían luces multicolores, y algunos empleados llevaban sombreros divertidos. Desde algún lugar, villancicos a bajo volumen comenzaban a sonar.
—Ten Syd, por conseguirnos esto –Una chica del área de finanzas se puso de puntillas frente a él para calzar en su cabeza un gorro de Santa.
—Yo... —Ella se retiró sin darle tiempo a oponerse.
—Ves como todos opinan lo mismo que yo –Jared lo codeó. —Eres un afortunado.
Sasha suspiró.
Él no iba a seguir debatiendo el tema. Nadie le ponía oído cuando intentaba hablarles del porqué el señor Ambrose lo escuchaba. Ellos creían que el tipo estaba enamorado de él. Sasha lo sabía mejor, solo era más fácil seguirle la corriente a ponerse a discutir por horas.
Ya quisiera que el señor Nathan quisiese algo con él.
El tipo estaba buenísimo. Con un porte aristocrático y un rostro hermoso. Sasha había quedado prendado de él nada más había ido a la primera entrevista de trabajo. Sus ojos dulces y a la vez determinados le habían hecho temblar las rodillas. Aun lo hacían en ocasiones.
Nate Ambrose era simplemente el paquete completo. Un hombre independiente, guapo y con una carrera definida. Podía ser distraído, sí y también un poco quejica. Incluso mimado. Pero Sasha suponía que era parte de ser criado con una cuchara de oro en la boca.
Por el rabillo del ojo, Sasha vio al nombrado salir de su oficina para unirse a la fiesta. No se perdió el cómo sus ojos se abrieron como platos al ver la escena frente a él. Alcanzando un vaso de ponche, Sasha escondió su sonrisa bebiendo.
Su jefe era un buen tipo, un tanto distante y cerrado, pero un buen tipo al final del día. Siempre cordial con sus empleados y al pendiente de su empresa en su totalidad. Sasha estaba encargado de llevar su agenda y sabía que visitaba a su viuda madre cada semana. No poseía hermanos y rara vez tenía planes personales que ocuparan su tiempo. Básicamente estaba vertido en el trabajo y a Sasha le hacía cuestionarse los motivos que debían de haber detrás de toda esa soledad planificada.
Algunos empleados advirtieron al jefe al igual que él y lo rodearon en un círculo con lo que sonaban como agradecimientos entusiastas. Los colores se treparon al rostro de Nathan, nada más dulce a los ojos de Sasha quien le animó con la mirada cuando Nate lo buscó casi pidiendo ayuda.
Se divirtió a su costa hasta que se bebió la ultima gota de bebida en su vaso y al final, ya rendido a la ternura, se decidió a auxiliarlo.
—Señor Ambrose, su buen padre debe de estar muy orgulloso —El portero del edificio le dijo colocando una mano en su hombro para hacerse notar entre los demás trabajadores. —Yo que le conocí bien, sé de lo que le hablo.
Nathan asintió. Afectado por las palabras del hombre y su significado. Cualquier mención a su padre solo lo volvía un emocional.
—Muchas gracias, Cliff —consiguió decir. —Disfruta de la comida. Si me disculpan. —habló para los demás.
No quería ponerse en vergüenza delante de la gente que le consideraba una figura de autoridad y las lágrimas estaban que pujaban fuera de él.
Por el pasillo frente a él pudo ver a Sasha caminar en su dirección y su corazón dio un aleteo en respuesta. Tener al chico con él lo calmaría, quizás escucharlo hablar sobre alguna cosa navideña, Sasha parecía estar lleno de historias para contar todo el tiempo y su voz siempre conseguía hacer cosas dentro de Ambrose.
Estaban a solo pasos de distancia cuando el alarido de risas estalló y una silla fue empujada detrás de Nate haciendo a sus piernas doblarse.
Ambrose quedó sentado, descolocado y tambaleándose, y sin darle tiempo para reponerse, otro de sus empleados, a quien reconoció como Jared Pullman de recursos humanos, empujó a Sasha desde atrás, directo a sus brazos, mandando a volar la carpeta que llevaba en sus manos y su compostura.
Atrapó al chico como acto reflejo y lo sujetó de modo que quedara cruzado al puro estilo nupcial.
—Señor... —Sasha abrió su boca sujetándose con ambas manos del cuello de su jefe. Una movida estrictamente necesaria para su equilibrio claro está.
Los ojos de Nathan se elevaron sobre sus cabezas, luego escaneó el rostro de quien aún lo aferraba ceñidamente con la distancia de un suspiro separando sus rostros y algo hizo clic en lo profundo de sus ojos.
Nathan besó a Sasha, y dio inició a todo.
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Bajo el muérdago
RomanceNathan Ambrose se reconoce a sí mismo como el grinch en navidad, por eso no entiende cómo es que su corazón ha decidido jugarle una mala pasada fijandose en nada menos que Sasha Syd, cuyo espíritu navideño podría rivalizar con de un niño pequeño. Au...