Iba a ser un día normal, como cualquier otro que había tenido en los últimos años de su vida: iría a entrenar a sus protegidos en la pista en la que trabajaba.
iba en su vehículo como todas las mañanas, apurando el té con canela en los semáforos en rojo para después comer el pirozhki que su abuelito había preparado el día anterior (después de años de lucha, había logrado que Nikolai viviese bajo su techo en San Petersburgo).
En ese momento exacto, Yuri sintió que algo no estaba del todo bien.
Tomó el primer mordisco de su pirozhok y se negó a bajar por su garganta. Tuvo que escupir la masa tierna y el relleno condimentado en un pañuelo de papel.
Asco.
Las náuseas lo golpearon como un tren y el olor de la comida agitó su estómago como si fuera a vomitar.
Su primer impulso fue mirar lo que había estado masticando, pero el solo pensamiento retorció sus tripas horriblemente. Encima, el semáforo estaba cambiando a verde y no estaba de ánimo para pelear con gente en la autopista.
Pero esto era malo.
Sin pensárselo dos veces, Yuri decidió conducir hasta un lugar donde pudiera estacionarse y descansar un poco, puesto que aún le quedaban unos quince minutos hasta la pista y porque no quería vomitar en el tapiz de su automóvil (lo había mandado a lavar solo la semana pasada).
Encontró plaza fuera de un centro comercial, y su primer impulso fue abrir la ventana y sacar su cabeza.
El aire frío le ayudó a calmar su estómago revuelto; Yuri cerró los ojos un momento, pero el olor de la bolsa de pirozhki lo mareó aún más.
¿Qué andaba mal?
Aguantando la respiración, tomó una de las masitas y la partió por la mitad, mirando con cuidado el relleno, pero era lo de siempre: cebollas, patatas y carne; incluso era la versión light con carne desgrasada cocida en agua, leche descremada y manteca vegetal, además de estar horneado no frito.
Tomó un pedacito y se lo llevó a la boca.
Ni medio segundo en su lengua y ya sentía el impulso de expulsarlo, el ácido subiendo hasta su garganta y su abdomen contorsionándose con dolorosos espasmos.
Yuri salió de su automóvil y, con mucha pena, le ofreció la bolsa de pirozhki a un señor que hacía la limpieza de las calles; le costó un poco convencerlo de que no tenían nada extraño, que solo eran su desayuno, que ahora no podía comerlos por que su estómago no los soportaba y no quería tirarlos porque los había hecho su abuelito.
El señor, algo mayor, tomó la bolsa de papel aún desconfiado.
—Lo digo en serio, si pudiera, los comería todos, pero el solo olor me da náuseas.
—Oh, ¿es usted un omega?.— le preguntó el hombre y comprendió de inmediato hacia dónde irían con esa conversación.
Solo pudo llevarse las manos a la cara y gruñir.
Lo sabía, lo sabía… maldición, ¡lo sabía!
Y ese día, que iba a ser como cualquier otro, Yuri Plisetsky, empezó a creer que su sospecha de embarazo ya no iba a quedarse en solo una sospecha.
💊💊💊
Llegó a la pista diez minutos tarde, podría haber sido más debido a su aventura con la comida. En la pista, Sasha, su primer alumno del día, ya estaba haciendo estiramientos y preparándose para patinar.
—¡Profe Yuri!.— gritó el adolescente y se acercó a saludar a su entrenador.— ¿está bien? es raro que llegue tarde.
—Sí, solo complicaciones con el tráfico.
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La maldición de los Anticonceptivos [OtaYuri]
FanficLos últimos días ha estado sospechando de que algo no anda bien con su cuerpo. Cuando esa mañana Yuri no puede comer el pirozhki del abuelo debido a las náuseas, sabe que necesita ir a un chequeo urgente. OtaYuri Fluff Omegaverse