1. Una voz desconocida

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Corría lo más rápido que podía. Estaba agotada, pero no podía detenerse. Si lo hacía, la cogería, y no podía pasar eso. No quería que pasara.
Su mente le decía que se detuviera y dejara de correr; que ya no valía la pena seguir intentando huir. Pero, por otro lado, había una voz que le decía: no dejes de intentarlo, por favor. Escuchaba esa voz. Solo se centraba en ella. La voz de su mejor amiga. Podría haber sonreído si no hubiera sido por el miedo. Ese miedo que llevaba meses intentando afrontar.
Algunas personas la apoyaban y ayudaban a afrontarlo. Otras muchas (la mayoría) eran las que lo formaban.
Cada día se le hacía más difícil correr, a pesar de los constantes ánimos que recibía por parte de sus seres queridos. Aún los escuchaba, pero para ella eran susurros entre gritos. Gritos de gente que le pedía desaparecer. Gritos que le hicieron perder la esperanza y el ánimo de superar aquello. Gritos que, finalmente, acabaron con su vida.

Abrió los ojos y miró a su alrededor: vacío. No había nada. Estaba todo en blanco.
— ¿Dónde estoy?—Preguntó en voz alta, como esperando que alguien le respondiera, cosa que no sucedió.
Se levantó del suelo y notó sus pies descalzos. Los miró y se dio cuenta de que no llevaba ropa. Se abrazó a sí misma para ocultar su desnudo cuerpo, el cual habían insultado innumerables veces.
Volvió a mirar a su alrededor.
— ¿Esto qué es? ¿Qué hago aquí?—volvía a preguntar en voz alta. Se dio cuenta de que la voz de su cabeza había desaparecido. Se sintió aliviada de no tener que oír más aquel "muere". Por fin era libre. Sonrió.
Podría ser algo común para muchos, pero ella no sonreía sinceramente desde hacía ya mucho tiempo. Había olvidado la última vez que había sonreído porque de verdad tenía ganas de hacerlo.
— Parece que todo ha acabado ya...—suspiró, aliviada.
— Ha acabado para ti. —La voz resonó en sus oídos como si se encontrase en una iglesia. —Has dejado solas a las personas que se preocupaban por ti. Esa ha sido tu decisión.
— ¿Quién eres? ¿Qué es este sitio?
— No soy nadie, en realidad. Y esto no es ningún lugar. —No entendió aquello. —Estoy aquí para que veas las consecuencias de tus actos. No quiero que sufras por ellas. Simplemente debes verlas, como todas las personas que hacen lo mismo que tú. —Asintió y, acto seguido, el brillante vacío se transformó en una completa oscuridad.

El vacío tras la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora