Las hojas marchitas de los árboles crujían, se rompían en millones de fragmentos tras de sí, a cada paso. Tambaleante, las manos le escocían por los arañazos y el frío que sin compasión alguna se clavaba en sus pulmones, la asfixiaba, haciéndole respirar con dificultad. Vislumbró a duras penas la venda que asomaba en su muñeca bajo el jersey. Posó los dedos entumecidos sobre ella y sintió el recuerdo, el dolor de la aguja clavándose y la tinta lamiendo su piel. Exhaló un pequeño suspiro, apenas eximido por el ardor de sus pulmones.
Las piernas le temblaban, tenía la sensación de que su alrededor se tornaba más oscuro a cada paso, no sabía si era por la naturaleza lúgubre de la noche o por el golpe que se había asestado en la cabeza hacía unas horas. Ya no recordaba el tiempo que llevaba divagando por aquel bosque en la oscuridad, ni la razón por la que había entrado en pánico y huido. La cabeza le dolía tanto que no conseguía pensar con claridad.
El viento se colaba entre las hojas de los árboles silbando a su alrededor, acariciándole la espalda, dándole pequeños empujones, ya que sus movimientos era tan débiles que hasta el viento bailaba con más fuerza.
De repente captó ruido de ramas partidas, mucho más cerca de lo que esperaba, lo que le hizo salir del estado de aturdimiento en el que llevaba sumida todo el trayecto. Se paró en seco, con el corazón latiendole en las sienes, mirando a su alrededor con cautela. Se disponía a seguir su camino cuando entre la maraña de ramas y hojas atisbó un rostro. Retrocedió varios pasos asustada, paseando sus ojos con nerviosismo por el entorno que le rodeaba, buscando algo con lo que defenderse. Agarró una rama rota del suelo, pero al volver a alzar la vista tenía frente a ella, a sólo un metro, la silueta esbelta de un hombre recortada por la escasa luz de la luna, que se colaba entre las nubes rotas. Sin poder apenas levantarse del suelo hizo su último esfuerzo y echó a correr entre la maleza, con las ramas de los árboles arañándole el rostro y las pisadas, tras ella, cada vez más cerca.
No había hecho tales esfuerzos para desperdiciarlos en un momento de flaqueza y debilidad, arriesgaría su vida, daría su vida por decisión propia antes de que le fuera arrebatada por decisión de otros.
Su largo cabello se enredaba entre las ramas y tiraba, los pulmones y garganta le ardían, dejándole apenas respirar, su corazón bombeaba sangre con más fuerza, pero no lo suficiente rápido para generar el oxígeno que su cerebro exigía. Se llevó una mano al pecho, justo encima del corazón, y agarró la lana con desesperación y las pocas fuerzas que le quedaban, con la esperanza de que le brindara algo de tregua y le permitiera tomar una gran bocanada de aire a los pulmones, que aliviara la sensación de estar dejando escapar sus últimos suspiros de vida entre sus manos. La visión se le nubló y las piernas le fallaron, haciéndole caer con fuerza al suelo y golpeándose todo el lateral derecho, crujiéndole los huesos. Gemía, le dolía tanto el cuerpo, su existencia misma, que ya no le importaba lo que pudiera hacerle el hombre que había colocado las piernas a ambos lados de sus caderas y le sujetaba las manos por encima de la cabeza.
—Por fin te encontré —logró decir éste tras una breve pausa entre jadeos—. Eres rápida.
Se revolvió en un último signo de desesperación bajo su cuerpo, odiando que éste estuviera tan débil, lo tenía tan magullado que apenas le respondía, convirtiéndose todo su esfuerzo en un leve movimiento.
—Es hora de llevarte de vuelta —expresó ya más calmado y con voz dura.
—N...no... —sus labios lograron articular las palabras que su pecho gritaba.
—No me queda más elección, es mi obligación —comenzó a inmovilizarle las manos con unas esposas.
—Antes muerta... —apretó los puños—. Por favor...
El hombre se detuvo bruscamente.
—Mátame.
ESTÁS LEYENDO
Desencadéname
RomanceKarina no puede negar que ha comenzado a sentir pequeñas cosas, que no esperaba, por el joven agente del Gobierno que se encarga de vigilarla, cuando su futuro prometido y empresario de renombre, 6 años mayor que ella, no está en casa. ¿Cómo se enfr...