La Luz de las Hadas

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Praderas de Hyrule...

Era una noche tranquila y silenciosa. Los únicos sonidos que se escuchaban eran chirridos de insectos, y los cascos de un caballo que caminaba tranquilamente por el sendero de la pradera, con dos jinetes sobre su espalda.

Esta no era ni de lejos la primera vez que Link y la Princesa Zelda se daban una pequeña escapada nocturna. Como habían resultado las cosas durante la guerra contra las fuerzas oscuras a través de las diferentes eras, muy rara vez habían tenido tiempo de visitar lugares y apreciar las cosas tranquilamente. Así que Zelda en ocasiones le pedía que la llevase a alguna parte para poder relajarse, conversar, o simplemente pasar un momento los dos solos, y él siempre estaba feliz de complacerla.

Sin embargo, sí era la primera vez que Link era el que le ofrecía a Zelda venir con él voluntariamente. La princesa se sorprendió un poco, pero aceptó gustosa, y así era como habían terminado montando sobre Epona. Aunque desde hacía un rato, había estado inusualmente callada, y recostada contra su espalda. No que a él eso le molestara en absoluto, por supuesto.

- Hmm... ¡ah, cielos! Lo siento, creo que me quedé dormida. – se disculpó, algo sobresaltada.

- Descuida. Es un poco tarde después de todo. – respondió él sin darle importancia.

La princesa volvió a reclinarse en su espalda mientras continuaban marchando. Ya no faltaba mucho para llegar a su destino, así que ninguno dijo una palabra por el resto del trayecto. Después de todo, no había necesidad.

...

Unos minutos más tarde, se bajaron de Epona y dejaron a la yegua pastar un poco, mientras Link se llevaba de la mano a Zelda hacia un pequeño claro en la pradera. Estaba rodeado de muchos árboles y en todo el centro había un pequeño estanque de aguas cristalinas iluminado por la luz de la luna.

Un bonito y tranquilo lugar, pero Zelda no veía nada especial en él.

- Y bien... ¿por fin me dirás por qué me trajiste aquí? – preguntó la princesa.

- Si te lo digo, arruinaré la sorpresa. – dijo él. – Descuida, deberían estar aquí como en un minuto.

- ¿De quién hablas? – insistió Zelda.

Link simplemente le sonrió y poniéndole una mano en el hombro, le indicó que cerrara los ojos. Ella dudó solo por un momento; lo conocía lo suficiente como para saber que podía confiar totalmente en él, pero estaba ansiosa por saber cuál era esa "sorpresa" que tanto quería enseñarle.

- Está bien. – asintió ella, cerrando sus ojos como le indicaron. – ¿Cuándo podré abrirlos?

- Pronto, pero no hagas trampa. – dijo él. – Créeme, valdrá la pena.

La princesa aguardó impaciente. La curiosidad se apoderaba de ella, preguntándose todavía qué podría estar tramando su caballero para sorprenderla. Ni siquiera sabía para qué había querido traerla; su cumpleaños había sido dos meses antes y él ya le había dado su regalo correspondiente a tiempo. Y tampoco el de él estaba cerca ni había alguna otra celebración especial.

- Muy bien, ¿estás lista? – le dijo tomándola de la mano, antes de chasquear sus dedos. – ¡Ahora!

La princesa finalmente abrió sus ojos, y soltó un gritillo de asombro al mirar a su alrededor. Varias diminutas lucecitas de color azul revoloteaban a su alrededor, iluminando todo el claro. Acercándose más distinguió sus alas y se percató que se trataba de hadas, una de las cuales se le acercó para saludarla.

- Gusto de verla de nuevo, Princesa Zelda. – dijo con una vocecita chillona que le sonó familiar.

- Tú eres... Proxi, ¿verdad? – dijo al reconocerla. – Ha pasado mucho tiempo.

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