Caminó un largo rato hasta que se dio cuenta que ya no podía ver los cerros que eran su destino. El valle iba en dirección descendente hacia algún río, suponía. Había tratado de seguir en línea recta, pero la ausencia de caminos y la falta de puntos de referencia hicieron que se detuviera por el momento. Decidió orientarse por el sol, este se desplazaría por el cielo hasta ocultarse en la montaña erosionada al occidente, por lo que el sur debía estar perpendicular a aquel tránsito. Esperaba que no se nublara mucho el día porque de hacerlo, tardaría más en orientarse. Caminó otro trecho más encontrando a cada paso los restos de aquella ciudad olvidada, a la que su maestra mencionaba que pertenecía al Antiguo Mundo, y que ni siquiera ella sabía el verdadero nombre de esa ignota metrópoli.
Se detuvo frente a un muro ciclópeo que cortaba el camino. Sintió desfallecer porque aquella pared se extendía a ambos lado sin que se notase su final. Parecían los restos de una fortaleza. Luego de una breve inspección, y para su suerte, encontró unas escalinatas estrechas que subían por el muro y parecían interminables. Mientras ascendía tuvo la impresión de ser observado o que alguien lo seguía. Supuso que era su imaginación, pero había que ser precavido.
Cuando llegó a mil escalones dejó de contar y se enfocó en seguir adelante. Alcanzó la cima casi estaba al borde del desmayo. Una vez recuperado el aliento, encontró los restos de una serie de almenas desde donde se veía una perspectiva distinta del valle que acababa de dejar. Notó como las montañas al norte estaban cubiertas de nubes de color gris y suponía que el calor del sol y los vientos marinos replegaban aquellas tormentas hacia esa zona, pero al caer la noche, estas invadían el valle sepultándolo en un manto gélido.
Intentó hallar con la vista el oasis de donde había venido, pero por más que lo intentó no pudo. Ahora todo parecía ser una masa de bosques sin distinción alguna. En ese punto se dio cuenta de todas las veces que estuvo en el mirador atisbando hacia el sur, que jamás había visto aquella muralla. Esto se le antojó de lo más raro, pero ahora sabía con certeza que todo aquel valle estaba encantado quizá desde que el Antiguo Mundo había caído...o quizá antes.
Hizo un pequeño receso para comer un poco de carne seca como un desayuno tardío. Era la mitad de la mañana y sabía que no podía perder mucho el tiempo. Al cabo de un rato, retomó su camino y atravesó la zona sin detenerse. Descubrió que esa era la parte alta de la urbe abandonada...le dio la impresión de estar en medio de una ciudadela fortificada.... Encontró ruinas por todos lados. Pudo distinguir los antiguos caminos ahora cubiertos por hierbas y arbustos. Los árboles por doquier estaban doblados en dirección sur, indicando la fuerza de los vientos durante esos inviernos desalmados. La temperatura era aceptable, brillaba el sol, y no parecía haber indicios de mal clima.
Cuando el sol llegó a su cenit, se encontró al pie de las colinas, y fue ahí donde inició la parte más difícil de su periplo. Y en verdad lo era, porque no quería perder la dirección que llevaba y en vez de seguir por los senderos casi invisibles, iba a campo traviesa. En algunos sitios casi era una escalada sobre paredones pétreos, en otros se auxiliaba de las ramas de los arbustos.
Tenía tiempo sin ejercitarse de esa forma. Era un sujeto robusto, pero el camino era más que arduo. Cuando llegó la hora novena, arribó a una zona plana desde donde se divisaban aquellos peñones que fueron su punto de referencia. Eran enormes y ahora lucían más imponentes que la muralla que había escalado por la mañana. A pesar de su aspecto cercano estaban como a una hora de caminata. El terreno era más plano por lo que procedió a apretar el paso. La tarde caía y quería montar un campamento antes que la noche y el frío se apoderaran de aquellos bosques. Con su improvisado báculo iba despejando su camino de las hierbas altas y carrizos. Esto le hizo pensar que cerca había alguna fuente de agua. Pero no había tiempo para pensar en refrescar su sed, casi iba trotando cuando alcanzó la zona de los peñones. Ahí la vegetación había sido reducida a arbustos retorcidos y matas rastreras. Supuso que el viento era más intenso en ese sitio y que sería mejor pasar la noche en el bosque, al abrigo de algún árbol grande que atajara la brisa gélida de la noche.
Iba tan concentrado haciendo planes respecto a lo que haría al terminar que no se percató de su situación real. En medio de los dos peñascos había un área plana desprovista de toda vegetación. El aspecto de la zona era estéril y vacía. Había un par de peñascos más pequeños, quizá del tamaño de una casa. Y en la base de uno de estos yacía algo. Como estaba lejos no distinguía de qué se trataba. Iba casi corriendo, pero cuando estuvo lo suficientemente cerca se detuvo en seco.
Había una persona tirada en el suelo. Es más, era una mujer. Estaba desnuda. Se quedó viendo la escena con un desconcierto tal que volvió a quedarse estático analizando lo que pasaba. Recordó a su Maestra por enésima vez y tuvo la plena conciencia que jamás sería ni parecido a ella. La vieja no habría dudado jamás de sí misma. Podía lidiar con cualquier situación como si supiera como proceder todo el tiempo.
¿Pero que debía hacer?
Se acercó con bastante aprensión, ya que su primer pensamiento es que estaba frente a un cadáver. Se lamentó pensando que de haber tenido un poquito de sentido común, a esa hora habría estado descansando sobre la hierba del oasis, esperando el atardecer y soñando despierto con el malecón, pescados fritos y la cerveza.
En definitiva era una chica, su cabello oscuro y café le cubría las facciones. Reposaba sobre su costado con una languidez fuera de lugar. Su piel carecía de laceraciones o heridas aparentes por lo que descartó que hubiese caído de alguno de los peñones. ¿Estaba viva? Era joven y había sido casi hermosa. Observó a sus alrededores para entender la situación, pero entonces algo llamó su atención. Un brillo.
Notó una cadena de oro en su cuello al final de la misma entre sus senos reposaba algo. Esto lo asustó... era el cristal. ¿Cuándo había sido la última vez que lo había visto? ¡Cuatrocientos inviernos atrás! Quizá no tanto. Bueno, su maestra había sido la portadora de aquella roca, y esta era la razón de todo lo que había vivido hasta ese momento.
En ese instante acercó su mano para remover la cadena del cuerpo de aquel cadáver, al cual daría piadosa sepultura, posiblemente mañana. Pero lo que urgía era irse de la zona y levantar un campamento para pasar la noche.
Entonces cuando estaba a punto de asir el cristal, una mano más helada que la brisa matinal le atrapó el brazo mientras escuchaba una voz que resultaría inolvidable para él:
— ¡NO!
Quedó paralizado de miedo porque en ese momento el cadáver, o acaso esa mujer era un arvoj , lo observaba con ojos furiosos susurrando una jerigonza que no tuvo sentido alguno, mientras le atenazaba el antebrazo con una fuerza inusitada.
Luego de aquel exabrupto, la chica se desmayó, y el hechicero cayó al piso atajando un grito en su garganta. Entonces lo entendió...casi todo...al menos. Recordó la canción tonta que entonaba su Maestra durante las tardes en aquella temporada antes de desaparecer. Ahora todo cobraba sentido.
— Llave y cristal, juntos siempre... Viajarán a las tierras blancas sin separarse...
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LA EXTRANJERA DE KUZTAN
FantasyEn una tierra extraña y olvidada donde siete reinos apenas han gozado de un algunos "inviernos" de paz, llegan rumores de nuevos conflictos que amenazan con iniciar una nueva guerra. Pero de repente aparece en el reino de Kinlik, una joven mujer ve...