El mayordomo y la espina de la rosa. II parte.
A las diez treinta de la noche, en la ajetreada y nocturna ciudad de Londres, una jovencita bajaba de su carruaje dejando a más de un caballero hipnotizado al admirar su belleza así como a más de una mujer muriéndose de la envidia al verla pasar. Esta misteriosa jovencita llevaba puesto un vestido color violeta con falda acampanada hasta el suelo y con una lazada en la cintura que enaltecía su esbelta figura. Llevaba el pelo negro recogido con dos coletas rizadas y un coqueto flequillo le tapaba el ojo derecho. Sobre su cabeza usaba un sombrero de flores y cintas que hacía juego con el color del vestido. Las facciones duras de su cara le hacían parecer distante, pero sus labios pintados con labial color cereza eran tan sensuales que suavizaban su aspecto y le daban un aire desenfadado y muy atractivo. Por desgracia para sus admiradores, la jovencita era acompañada por un tipo con sombrero, bien vestido, con abrigo y pantalón oscuro que parecía ser muy posesivo.
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—Me gustaría que actuara con más naturalidad. Recuerde que estamos simulando ser una pareja de enamorados en una cita romántica, joven amo —le advirtió Sebastian con una sonrisa de oreja a oreja mientras que en sus adentros reía y gozaba al verlo disfrazado de mujer. La culpa la tenía su joven amo al asemejarse tanto a una bella y frágil damisela.
Ciel puso los ojos en blanco y tragó saliva.
—Cierra la boca. No me haces gracia —advirtió con ese tono de voz que era mitad petición, mitad orden.
Iba a decirle algo más, pero se vio interrumpido por alguien que se les acercó.
—¡Oh, el amor de la juventud! —exclamó un hombre en voz alta.
El hombre era de baja estatura y obeso, y su rostro apenas se distinguía bajo el ala del sombrero. En esos momentos, Ciel deseó que se lo tragara la tierra.
—Jovencito, debe cuidar mucho a su novia, es una muchacha muy atractiva y cualquiera podría tratar de arrebatársela —advirtió el hombre a Sebastian sin quitar su lasciva mirada de Ciel.
Al mirarlo con detenimiento, Ciel se dio cuenta que se trataba de Razak Galí, un viejo comerciante de joyas de origen árabe, pícaro y oportunista, que se aprovechaba de las jovencitas ingenuas para poder abusar de ellas y hacerlas parte de su Harén. ¡Joder! Sólo esperaba que ese señor se largara rápido de su vista.
—Jovencita, es un placer... —Con toda la confianza del mundo, el árabe se atrevió a tomar la mano de la supuesta señorita con intenciones de besarla. Sin embargo...
—Soy muy consciente de que debo cuidar a mi prometida. —Sebastian tomó posesión de la mano de su joven amo antes de que fuera besada por Razak y la besó en su lugar, provocándole a Ciel escalofríos de placer que le recorrieron toda la columna vertebral—. Pero no temo, porque nuestro amor es eterno así como nuestros destinos comparten un sólo camino ¿No es así?... ¿Cariño?
Un calor más sofocante que el calor del desierto encendió las mejillas de Ciel, y con la rabia contenida en lo más profundo de su ser, se limitó a asentir con la cabeza, pero manteniéndola agachada sin atreverse a mirarlo de frente.
Entonces, con una sonrisa ladina, Sebastian rodeó su cintura con un brazo, y para disimular ante el árabe, a Ciel no le quedó más remedio que relajarse y dejar que él apoyara la barbilla sobre su hombro, una postura que los dejó con las mejillas pegadas. El corazón le latía acelerado envuelto en su aroma masculino, especiado y misterioso. Aquello era una prueba; una prueba de autocontrol, comprendió.
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El mayordomo y la espina de la rosa.
FanficExtrañas desapariciones de parejas de enamorados conmueven y entristecen el corazón de la reina. Ciel Phantomhive recibe una carta de su parte para que investigue el caso. Por arte de magia en el parque de la ciudad aparece un enorme rosal que encan...