Capítulo único

755 85 46
                                    


Escúchame, Pip, no sé por dónde andarás ahora, pero no tienes idea de cuanto me gustaría que leyeras esto, porque hay cosas, palabras, que uno lleva enterradas adentro y las lleva toda la vida, hasta que una noche siente que debe escribirlas, decírselas a alguien, porque si no las dice, seguirán ahí, doliendo, clavadas para siempre en la vergüenza.

Escúchame.

Tú siempre fuiste demasiado raro, esa clase de chicos que no puede orinar si hay otro en el baño.

Recuerdo que en la Laguna no te desnudabas delante de nosotros. A ellos les daba risa. Y a mí también, claro; pero te defendía diciendo que uno es como es. Cuando entraste a primer año, venías de un instituto de curas. No te gustaba trepar a los árboles, ni romper faroles, ni correr carreras hacia abajo entre los matorrales de la barranca.

No recuerdo cómo fue, cuando uno es niño encuentra cualquier motivo para querer a la gente. Sólo recuerdo que un día éramos amigos y que siempre andábamos juntos.
Un domingo me llevaste a misa. Al pasar frente al café, el amorfo de Cartman dijo con voz afeminada, "adiós a los novios", aquello te puso la cara como fuego, yo simplemente volteé insultándolo y lo golpeé tan fuerte en la mandibula, que me lastimé la mano.

Más tarde, tú me la querías vendar. Me mirabas.

-Te lastimaste por mí, Damien.

Cuando pronunciaste eso, sentí algo frío en la espalda. Tenía mi mano entre las tuyas y tus manos eran blancas, delgadas, no sé. Demasiado blancas, demasiado delgadas, demasiado suaves.

-Suéltame -dije.

O a lo mejor no eran tus manos, a lo mejor era todo, tus manos y tus gestos y tu manera de moverte, de hablar.

Ahora pienso que en el fondo, a ninguno de nosotros le importaba mucho, y alguna vez lo dije, dije que esas cosas no significaban nada, que son cuestiones de educación, de andar siempre entre mujeres, entre curas. Pero ellos se reían, y yo también, Pip, acababa riéndome de tu forma de ser.

Te quise de verdad. Oscura e inexplicablemente te quise.

Eras un poco menor que nosotros y me gustaba ayudarte. A la salida del instituto, íbamos a tu casa y te explicaba las cosas que no comprendías. Hablábamos. Entonces era fácil escuchar, contarte todo lo que a los otros se les calla. A veces me mirabas con un extraño brillo en los ojos, una mirada rara, la misma mirada, tal vez, con la que no me atrevía a mirarte.

Una tarde me dijiste:

-Te admiro ¿lo sabes?

No pude sostener mi mirada ante tus ojos. Mirabas de frente, como los demás, y decías las cosas del mismo modo. Quizás era eso.

-Es un marica.

-No lo creo.

-Por algo lo cuidas tanto.

Supongo que alguna vez tuve ganas de decir que todos nosotros juntos no valíamos ni la mitad de lo que tú valías, pero en aquel tiempo la palabra era difícil y la risa fácil, y uno también acepta -uno también elige-, acaba por enroñarse.

Recuerdo esa noche, cuando vino Stan y habló de verle la cara a "Dios".

-Me contaron acerca de una puta. -mencionó- Por el callejón, hay una mujer que cobra 2 dólares ¿qué les parece si vamos y llevamos a Pip para que le vea la cara a "Dios"?

Entonces, como el gran imbécil que soy, te busqué.

-Pip, esta noche vamos a pasear por ahí con los chicos. Quiero que vengas.

- ¿Con los chicos?

-Sí, ¿algún problema?

Te mentí, te lleve engañado. Te diste cuenta de todo cuando llegamos al lugar. La luna enorme, recuerdo. Alta entre los árboles.

-Damien, tú lo sabías.

- Cierra la boca y entra.

- ¡Lo sabías!

- Entra, maldición.

El esposo de la prostituta nos miraba como si nos estuviera analizando. Dijo que eran dos dólares. Dos dólares por cada uno. Mirar a "Dios", había mencionado Stan.

De la habitación salió un niño, tendría unos nueve o diez años. Lloraba, se pasaba el revés de la mano por la boca, nunca en mi vida me voy a olvidar de aquel gesto. Sus pies desnudos eran del mismo color que el piso de tierra.

Kyle entró. Sentía un nudo en el estómago, no podía mirarte. Los demás hacían chistes brutales, anormalmente brutales, en voz de secreto; todos estábamos asustados. A Kenny le temblaba el fósforo cuando me prendió el cigarrillo.

- Debe estar sucia.

Kyle salió de la habitación con una enorme sonrisa, una sonrisa triunfadora, se abrochó la bragueta y nos guiñó un ojo.

-Te toca a ti, Damien.

-No, prefiero entrar después.

Entró Kenny; luego entró Cartman, después Stan. Y cuando salían, salían distintos. Salían hombres. Sí, eso era exactamente lo que yo imaginaba o creía en ese entonces.

Finalmente llegó mi turno. Entré y cuando salí, tú no estabas.

-¿Dónde está Pip?-pregunté o prácticamente susurré.

-Así que tú también te asustaste, muchacho.

Tomando un licor contra un árbol ví al esposo de la prostituta.

-¿Yo, asustarme? Ni en broma. Busco al otro chico, al que se fue.

-Se fue corriendo en esa dirección-con la misma mano que sostenía el licor, señaló el sitio.

Te alcancé frente al Parque; quedaste arrinconado contra un cerco. Me mirabas.

-Lo sabías.

-Vamos.

-No puedo. Damien, juro que no puedo.

-Vamos, idiota.

-Por Dios que no puedo.

-Vamos o te llevo a patadas.

La luna grande, nunca me olvidaré, blanquísima luna de invierno entre los árboles y tu cara de tristeza y vergüenza, tu cara de pedirme perdón, a mí, tu hermosa cara iluminada, desfigurándose de pronto.

Me ardía la mano.
Pero debía golpearte, lastimarte, ensuciarte para olvidarme de aquella cosa, de aquel sentimiento que me estaba atragantando. Destruir lo que provocabas en mi.

-Bestia -dijiste- Eres un animal. Te odio. Eres igual o incluso peor que los otros.

Te llevaste la mano a la boca, igual que ese niño cuando salió de la habitación. No te defendiste. Cuando te estabas marchando, alcancé a decir:

-Maricón. Maricón de mierda.

Y después lo grité.

Escúchame, Phillip. Es necesario que leas esto. Porque hay cosas que no pude decirte por vergüenza, hay cosas por las que alguien, a solas, se escupe la cara en el espejo. Hasta que un día necesita decirlas, confesárselas a alguien.

Escúchame. Aquella noche, al salir de la habitación de la prostituta, yo le imploré, por favor, que no se lo cuente a los otros. Porque aquella noche, no pude.

Yo tampoco pude, mi ángel.

Historia inspirada en "El marica" de Abelardo Castillo (1935-2017).
Básicamente cambié los nombres y algunas cosas, no me culpen, solo creí que encajaba tan bien con estos dos bebos.

El marica (Dip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora