Proemio

13 3 0
                                    

⋘ ──── ༒ ⋅ ⋅ ༒ ──── ⋙

"¿Puede una madre olvidar a su niño de pecho,
y dejar de amar al hijo que ha dado a luz?
Aun cuando ella lo olvidara,
¡yo no te olvidaré!"

Isaías 49:15-16

⋘ ──── ༒ ⋅ ⋅ ༒ ──── ⋙

En una fría noche de tormenta. Una figura vagaba misteriosa y en silencio entre las solitarias calles de un pequeño pueblo; vestía una túnica verde esmeralda, en una de sus manos portaba una linterna de color marrón y en su mano libre, muy cerca de su pecho, llevaba un pequeño e indefenso bebé, tan aferrado a si para protegerlo de la lluvia y las crueles brisas heladas que azotaban.
Un halo de misterio le envolvía en cada paso que daba sobre aquellos estrechos caminos revestidos por adoquines. Los faroles del alumbrado público a penas lograban iluminar débilmente algunas zonas de la avenida, creando así un entorno lúgubre.

Su recorrido terminó a los pies de una humilde morada, de a penas unos metros de ancho. Sin pensarlo, se las arregló para golpear la puerta un par de veces, no con demasiada prisa pero con la suficiente fuerza para alertar a quien se encontrara del otro lado. Tanto así que en cuestión de segundos la puerta de madera se abrió para mostrar a un señor un tanto mayor del otro lado.

–¿Hanael? Por Dios… ¿Qué estás haciendo aquí, a estas horas y bajo esta tormenta? ¿Te has vuelto loca? ¡Pasa!

Aquel amable hombre, se apartó a un lado invitando a la mujer a entrar a su acojedor hogar. La chimenea estaba encendida y se respiraba un delicioso aroma a pan recién horneado. Todo el entorno distaba por mucho del ambiente hostil del exterior, lo que hizo sentir a la mujer más tranquila y relajada.

–Te traeré una toalla, estás empapada. Toma asiento.

–¡No! –Soltó la mujer con prisa, pero al notar su tono, tensó la mandíbula pensando en la crueldad con la que habían salido sus palabras. –No tengo mucho tiempo. Y mientras esté conmigo, él tampoco lo tendrá. –Dijo a la vez que revelaba de debajo de su túnica, un portabebés improvisado por unas telas que envolvían su torso para sostener al bebé junto a ella.

–¿Qué me estás diciendo? –Expresó el hombre aturdido por la confusión de la situación que estaba experimentando.

–Guillermo. Hemos sido amigos por muchos años —Explicaba mientras removía los vendajes sobre ella –No tengo a quién más acudir. Este bebé es todo lo que me queda. No puedo perderlo también. Prométeme que lo cuidarás como tuyo –Extendió al niño con súplica y con las lágrimas al borde de estallar de sus enternecedores ojos.

–Hanael…

–¡Promételo!, Guillermo. Prométeme que llevará una vida normal alejado de la congregación.

–Haré lo mejor que pueda.

Aquella promesa había sido lo que los oídos de Hanael necesitaba escuchar con demasiada desesperación. Ya que apenas Guillermo firmó aquel acuerdo con su palabra, la mujer se dispuso a marcharse tan fugaz como llegó. Incluso a pesar de que la tormenta aún arreciara y el pan que horneaba el hombre estaba por salir del horno.
Cuando Hanael abrió la puerta para marcharse, Guillermo la detuvo.

–¡Espera! ¿Que pasará contigo?

Hanael exhaló agobiada y procedió a relajar el semblante preocupado de Guillermo.

–Haz sido mi mejor amigo en este reino. Mi único amigo, de hecho –Hanael se acercó hasta el hombre, quién ya sostenía al pequeño en brazos. –Quiero que siempre me recuerdes y que esos recuerdos se los transmitas a mi pequeño Nathaniel. Yo sellaré este lugar para que nunca puedan encontrarlo.

La mujer selló su última petición con un tierno beso sobre la frente de aquel hombre, y tras dedicarle una última mirada cargada de melancolía. Hanael abandonó la morada de Guillermo para no volver nunca más.

⋘ ──── ༒ ⋅ Nathaniel: El inquisidor ⋅ ༒ ──── ⋙

Nathaniel: El inquisidorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora