El día del funeral, un sol brillante iluminaba la ciudad.
Y eso realmente apestaba, porque para apoyar el ambiente colectivo de tristeza, nada hubiese sido más melodramático que un día nublado y lluvioso. No podía hacerse ninguna cosa contra la naturaleza. Aproximadamente veinte personas se encontraban en ese parque aquel día, observando a un hombre despedirse. Jeremy Bieber pronunció las últimas palabras de amor hacia su esposa, y tomando una pala, arrojó la primera porción de tierra que cubriría para siempre el cajón fúnebre que tenía al amor de su vida dentro. Se dio media vuelta para alejarse lo más pronto de ahí, queriendo evitar a todos los familiares que se disponían a abrazarlo y a darle las malditas condolencias, cuando una mano tirando de su pantalón lo detuvo. Observó a su hijo Justin, de no más de ocho años, observarlo con los ojos llenos de lágrimas y se detuvo para darle una especie de incómodo abrazo. Demonios. Realmente no servía para esto.
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Jeremy conducía hacia las afueras de Las Vegas con la intención de llegar a casa con Justin, había sido un largo día para ambos y tenía una jaqueca horrible luego de llorar. El niño miraba por la ventana y se desabrochaba la corbata negra que tanto le incomodaba, pensando que sería de su padre y él ahora. Jeremy intentó decir algo, pero vaciló un momento y decidió callar. A ambos les había afectado enormemente la muerte de Pattie, pero era consciente de que Justin enloquecería si no podía lograr establecer una buena relación con él antes de que fuera demasiado tarde. De repente, la idea de llevarlo a un parque de juegos asaltó su mente y se desvió de la carretera hacia la primera salida en dirección a un pueblo cualquiera.
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—Vamos, Justin, jugar con otros niños, es divertido. —trató de convencerlo. Dejó estacionado su Hummer negra a una calle de donde se encontraban, el parque central de un pequeño pueblito llamado Jonestown, donde había por lo menos unos treinta niños y niñas jugando por doquier. Se sentó en una banca cualquiera y se quitó la corbata, igual que su hijo un rato antes. Ambos se parecían bastante, especialmente ahora que usaban el mismo traje color negro y tenían la misma expresión de melancolía.
—No, no lo es y tú lo sabes. Los demás niños son unos idiotas. Quiero estar con mamá. —se quejó, haciendo puchero. Justin no tenía ni una pizca de tonto y sabía que su madre estaba muerta, pero la extrañaba demasiado, además que realmente pensaba que los demás eran idiotas. Justin fue criado casi exclusivamente por Pattie, quién lo mimó demasiado y lo encariñó demasiado a ella, por eso que la noticia de su inminente cáncer fue de a poco acabando con la inocencia de su pequeño hijo.
—Te propongo algo: Si vas a jugar a cualquier cosa con algún niño te llevaré conmigo al trabajo. —dijo, esperando que aceptara. Justin se encogió de hombros y fue corriendo a ver a quién de todos esos niños come—pegamento era el más retardado.
Jeremy suspiró, aliviado, porque su hijo se había ido. Estaba furioso con Pattie. ¿Cómo se atrevía a irse cuando Justin era tan pequeño? Sí, sabía que no era su culpa, pero él realmente apestaba como padre cuando estaba con Pattie, así que ahora apestaba el triple. Pero los últimos ocho meses habían sido una mierda, con todo el asunto de las quimioterapias y el sufrimiento que traía ver a su esposa morirse de a poco por culpa de un estúpido cáncer de estómago.
Él no era bueno. Tuvo una mala infancia con un padre abusador y Jeremy realmente no quería repetir lo mismo con su hijo, por eso se casó con Pattie. Ella era la mejor persona que podría encontrarse en el mundo, era cálida, amable, paciente y por sobretodo piadosa con él, porque realmente había cometido muchos errores durante su vida. Pattie era la mesera de un restaurante al cual le gustaba ir, mientras que él era hijo de un rico narcotraficante y apenas alcanzó la mayoría de edad heredó todo el tráfico de su padre e hizo de Pattie su esposa. Le dolía saber que estaba muerta, pero a la vez, ese sucio lado suyo pensaba que por fin ya no tendría que intentar ser el hombre que Pattie merecía y focalizar su atención en no ser el peor padre del mundo.
Observó a Justin empujar a un niño del columpio para que se cayera. Jeremy no era el sujeto más atento del mundo, pero sabía que había algo mal con Justin desde que llegó al mundo. ¿Era posible que un niño de ocho años fuera malo? No era alguien malcriado, a pesar de tener todas las facilidades era un niño muy solitario e inteligente, pero era demasiado unido a su mamá y tenía una clase de tendencia sociópata según el psiquiatra infantil que lo evaluó el año pasado, cuando tuvieron que sacarlo de la escuela porque llevó un cuchillo, amenazando con matar a los demás niños si no hacían lo que él quería. Algo que siempre admiró de Pattie fue su vínculo y su capacidad para darle cordura a su hijo. Se preguntó qué ocurriría con él ahora que no tendría a su madre. También se cuestionó si algún día él podría querer a alguien más, encontrar una esposa en un futuro lejano.
De repente, una idea acudió a su mente.
Tomó asiento y llamó a Justin, quién acudió de inmediato. —Dime, si tuvieras que escoger a una de las niñas que están aquí para que sea tu esposa, ¿a quién elegirías?
Justin lo miró con cara de asco y manifestó —Las niñas son asquerosas. No quiero casarme con una.
—Lo sé, te estoy diciendo en el caso hipotético. Necesito que me lo digas ahora, ya.
—Entonces… —observó por todo el parque y luego de vacilar un segundo, apuntó hacia la izquierda, en la dirección de una niña de unos seis o siete años que jugaba con su hermano mayor al lado de unos padres —Supongo que ella. Su cabello es igual al de mamá.El cabello. De nuevo con la obsesión de Justin por el cabello de Pattie. Desde que era un bebé tenía algo con su cabello, algo insano. Era casi un tic, cada vez que algo le producía ansiedad, iba y acariciaba el pelo de mamá. Casi enloqueció cuando ella empezó a perderlo por culpa de las quimioterapias. Se estremeció al recordar que esa mañana, cuando fue a la habitación de Justin para sacar las sábanas —ya que últimamente había estado mojando la cama— encontró un mechón de pelo de Pattie oculto bajo el colchón, como si fuera un precioso tesoro. Se dijo a sí mismo que debía olvidarlo. Tenía otras cosas en qué pensar, como la futura esposa de su hijo.
Lamentó haber estacionado la camioneta tan lejos. Realmente tenía ganas de fumar un cigarrillo.
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—Tú las traes. —Cory tocó a su hermana menor y se echó a correr, haciéndola reír. Ella lo imitó y empezó a correr detrás de él, para atraparlo.
— ¡No, no, no! ¡Cory, ven a aquí!
— ¡Atrápame! —la provocó, impulsándola a correr más rápido.
— ¡Niños, no se alejen mucho! —gritó su mamá cómo una advertencia y siguió la plática con su esposo, Gabriel.
A pesar de la advertencia, los niños continuaron alejándose, siguieron alejándose y cada vez lo hacían más, concentrados en su juego. Fanny, su madre, al enterarse, gritó — ¡Cory, _____, vengan a aquí ya mismo!
Los niños acudieron, y en su instinto infantil de competir Cory retó a su hermana a una carrera de vuelta. Él ganó, cómo otras mil veces más lo hizo.
Después de una charla sobre cómo no deberían alejarse porque es peligroso, tuvieron que encontrar una forma de divertirse cerca a sus padres, y lo hicieron, al final del día eran niños, encontraron diversión con la tierra a su alrededor. Ni siquiera se dieron cuenta cuando un señor con traje se acercó a ellos, solo lo determinaron después de que estuviera hablando con sus padres, lo miraron con curiosidad, pues, nunca lo habían visto y apareció de la nada pero sus padres parecían estar teniendo una buena charla, no había nada de qué preocuparse.
— ¿Y por qué no le dices que venga?
—No le gusta mucho convivir con otros niños, pensé que si venía con ustedes y charlaba iba a acercarse, pero, supongo que no funcionó. Además, no creo que esté de humor, ha sido un día duro.
— ¿Por qué? —Preguntó _____, no era como si no estuviera ocupada con su castillo de arena, pero era curiosa después de todo. Sus padres la iban a reprender, porque, esa clase de cosas no se pregunta, sin embargo, Jeremy respondió interrumpiendo.
—Su mamá murió. —Dijo mirándola atentamente, la estaba analizando. La niña arrugó la nariz en una mueca.
—Au. ¿Puedo darle un abrazo? Y a él también.
—No, estoy bien, gracias. —Dijo porque no estaba interesado, y pensando en que a sus padres eso les parecería extraño. Era una niña buena y confiada, eso debía ser complicado para ellos.
— ¿Y su hijo? —Preguntó con esperanzas de poder ser útil.
—No le gustaría.
—Ah. —Dijo ella decepcionada y volvió a trabajar con su castillo de arena. — ¿Por qué no le gustaría un abrazo? Si me pasara yo querría un abrazo fuerte.
«Una lástima, porque no lo tendrás.» Pensó Jeremy.