El sonido de las varas chocando entre sí y las respiraciones agitadas de ambos chicos era lo que llenaba la habitación.
Uno de ellos, una chica de cabellos oscuros, soltó una maldición al tiempo que retrocedía un paso y se cubría con su arma, entrecerrando los ojos hacia el chico de cabellos dorados que sonreía socarrón haciendo un poco de fuerza con la vara y ella lo empujó con la suya para alejarlo.
—Estás perdiendo práctica —comentó el chico con aparente inocencia, mientras ambos caminaban en círculo sin dejar de mirarse, pero sin atacar nuevamente—. ¿Qué te mantiene distraída, Rosie?
—Te estoy dando un respiro, Jace —replicó la chica con un ligero acento en su voz, sus ojos azules brillando al tiempo que una sonrisa se extendía por sus labios—. Si fuera por mí, ya estarías en el suelo.
—Sí, claro —dijo Jace divertido, pero la sonrisa se borró de su rostro cuando ella lo atacó nuevamente con rapidez y no lo dejaba devolver los golpes.
El chico la esquivó girando por el suelo y levantándose con rapidez para volver a cubrirse. Las varas quedaron en cruce, ambos enfrentándose con la mirada.
—Bueno... —dijo Jace recuperando el aliento—. No lo vi venir.
—Te lo dije —Rosalie sonrió socarrona antes de empujarlo y se colocó en posición frente a él.
Jace la miró con seriedad antes de sonreír y dar el primer golpe. Se dio cuenta de que efectivamente, su amiga estaba conteniéndose al inicio y esta vez le costaba un poco seguirle el ritmo pero no era algo imposible.
Se cubrió el costado y ella dio un salto cuando dirigió la vara hacia sus pies. Atacó, se defendió, esquivó y volvió a atacar pero no fue suficiente. Rosalie vio la oportunidad cuando Jace se distrajo un segundo al escuchar la puerta abrirse. Ella colocó la vara contra sus pies, hizo fuerza y Jace cayó sobre su espalda con un quejido.
—Eso fue trampa —dijo desde el suelo, sintiendo la punta de la vara de su contrincante contra su pecho. La escuchó reír.
—Primera regla Jace: no te distraigas —le recordó y Jace soltó un bufido tomando la mano que le extendía para ponerse de pie.
—Muchas gracias, Alec —dijo Jace con sarcasmo al chico que entró mientras entrenaban.
—No puedo tomar todo el mérito —fue lo que dijo el pelinegro con una sutil sonrisa y asintió hacia la chica, que secaba su rostro con una toalla—. Rosalie.
—Alexander —respondió del mismo modo y le lanzó una toalla limpia al rubio con una sonrisa divertida—. ¿Quieres la revancha?
—Mañana a la misma hora —respondió seguro viéndola sonreír con suficiencia, lo que le hizo fruncir el ceño y la señaló—. Esta vez tú terminarás en el suelo.
—Alexander —llamó su atención la chica y Alec suspiró sabiendo lo que venía—. ¿Cuántos enfrentamientos van esta semana?
—18 —respondió observando como la sonrisa de la chica se ensanchaba.