Jace nunca llegó.
El muy maldito volvió a dejar plantada a Rosalie y por eso estaba desahogándose lanzando cuchillos hacía los blancos, aunque no era muy buena y eso la molestaba más.
Su abuela hizo que aprendiera a utilizar las diferentes armas que existían para los cazadores de sombras desde que comenzó su entrenamiento, hasta que se dio cuenta de que sus armas predilectas eran la espada y la lanza. Aunque el arco también era su preferido, pero nunca podría igualar la destreza de Alexander Lightwood con él.
Comenzó haciendo un ejercicio sencillo, que era lanzar cuchillos hacia las dianas que estaban a unos metros de su posición, pero debido a su enojo no acertaba ninguno en el centro.
Rosalie soltó un bufido cuando el cuchillo se clavó en el último círculo de la diana. Caminó hacia ella, arrancando los cuchillos, molesta.
Volvió a colocarse en posición, pero escuchó algo detrás de ella. Dio media vuelta, terminando con el cuchillo contra el cuello de Alec y él mostró las manos en alto como rendición.
—¿Por qué siempre me amenazas con algún arma? —preguntó sin dejar de mirarla a los ojos, pero Rose notó que quería sonreír.
Ella si sonrió. Alexander Lightwood era muy molesto cuando eran niños (aún lo era), siempre siguiéndola y a Adrien por el Instituto cada vez que Rosalie llegaba de visita, siempre burlándose por su falta de disciplina con el arco y ella haciendo lo mismo cuando Alec aún no aprendía a usar la espada correctamente hasta que ambos se volvieron tan buenos que comenzaron a buscar cualquier excusa para burlarse del otro.
Después, Alexander comenzó a volverse más ágil y sigiloso, tanto que Rosalie casi nunca lo escuchaba cuando entrenaba en solitario y él terminaba con ella apuntándolo con su espada, su lanza o, igual que hoy, con cuchillos.
—Porque apareces en el momento menos indicado —respondió, bajando el cuchillo con lentitud y le dio la espalda, dirigiéndose a la mesa de armas.
Rosalie dejó los cuchillos en su lugar y jugó con los astiles de las flechas que estaban colocadas de manera perfecta sobre la mesa de metal, antes de observar con atención su propia espada.
La empuñadura era de obsidiana y la guarda de plata; la hoja estaba hecha con adamas y plata también. Había garzas grabadas en el mango y parte de la hoja con obsidiana, las mismas que estaban grabadas en su anillo.
El anillo de la familia Herondale que colgaba de una cadena alrededor de su cuello y que perteneció a su padre.
—Veo que también estás molesta —comentó Alec, jugando con una flecha entre sus dedos y Rosalie lo miró.
—Jace me dejó plantada, por segunda vez —dijo ella de mal humor, guardando la espada en su funda, pero antes de colgarla de su cinturón, Alec se la quitó de inmediato—. Oye...
—Yo también estoy molesto —dijo y ante la confusión de la chica, sonrió levemente. Se acercó a la pared y tomó un par de varas.
Se colocó en el centro y le lanzó una. Rosalie entendió de inmediato lo que buscaba y sonrió levemente.
—No voy a contenerme —advirtió ella colocándose frente a él, en posición de defensa, mientras que Alec se mantenía tranquilo.
—Yo tampoco —respondió, dándole una sonrisa de costado. Rose ignoró la sensación que le causó ese gesto, como siempre, y lanzó el primer ataque.
Siempre era divertido pelear contra Alexander Lightwood.
Sus movimientos eran seguros, rápidos y certeros, todo lo contrario a Jace que dudaba algunas veces al atacarla, como si temiera hacerle daño.