Prólogo

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Esteban la vio marchar a través de las lágrimas que se dijo no debía derramar. No se permitiría llorar por una persona tan fría y egoísta.

Días después, viéndose sin trabajo y casi en la calle, le era imposible creer que hubiera caído en la trampa de la típica joven rica. Pero así era, se dejó envolver en el juego de las niñas adineradas que manejan a los hombres a su antojo solo porque pueden.

Todavía recordaba sus palabras y su expresión de asco al decirlas.

"Mírate y mírame... ¿De verdad pensaste que a alguien como yo le interesaría un... un simple portero de antro como tú?"

Al recibir el cheque de liquidación, cometió el error de llamarla a su casa. Tal vez quería confirmar que no era la chica de la que se había enamorado... o, más bien, tenía la esperanza de que todo hubiera sido un malentendido. Esperó unos minutos al teléfono luego de que contestara una señora con una voz formal y engreída.

¿Dijo que su nombre es Esteban?

– Si, señora.

Mi hija dice que no lo conoce. No vuelva a molestarnos.

– Pero... – apenas pudo decir, antes de que cortaran la llamada sin más.

La rabia que lo consumía era tanta que pensó en cometer una locura. Lo único que lo convenció de no acabar con su vida fue pensar en su madre y su hermana. No las podía abandonar a su suerte. Sin él estarían desamparadas.

En vez de rendirse al dolor, se hizo un juramento: nunca más se dejaría sentir de esa manera. Nunca más se dejaría pisotear por alguien por no haber nacido rico.

Desde ahora y para siempre, cada uno de sus alientos tendrían un solo propósito.

Venganza.

12 años después

Esteban iba manejando su deportivo por las calles de México a alta velocidad, indiferente a los peligros que esto pudiera acarrear. Hace muchos años que se sentía invencible.

O más bien, hace muchos años que no sentía nada.

Miró su reloj Richard Miller y maldijo haber salido tan corto de tiempo. El tránsito era infernal y su oficina estaba justo en el centro del caos, ocupando los pisos superiores del rascacielos más alto de la ciudad. Tenía una cita con su consejero financiero para evaluar una nueva adquisición. Una adquisición que prometía darle la paz que había buscado durante tanto tiempo.

Cuando al fin llegó a la Torre Reforma le entregó las llaves del vehículo al valet. Recorrió el lobby en grandes zancadas hasta llegar el ascensor que ya lo estaba esperando.

Durante el viaje hasta el nivel donde se encontraba su empresa, contempló su vida y lo que había logrado a sus treinta y cinco años. Aunque Lom-Ent, la joya de su corona, había nacido como una productora de eventos artísticos, Esteban había acumulado el suficiente conocimiento para diversificar sus negocios. Apenas en unos años pudo tener el capital suficiente para comprar empresas al borde de la bancarrota a precio de vaca muerta. Luego decidía si sacarles potencial o venderlas por pedazo.

Esteban se cuadró de hombros con impaciencia mientras veía los números subir de uno a uno. Una década de éxitos le había dado carros lujosos, villas opulentas y más dinero del que podría gastar en cien vidas. Lo tenía todo y, sin embargo, nada de eso lo había ayudado a superar la humillación de la que fue víctima cuando era un don nadie.

Y todo por amar a quien no debía.

Amor...

Solo pensar en la palabra le removía el estómago.

Durante todo ese tiempo se había aferrado con uñas y garras a un único objetivo: ser uno de los hombres más ricos de México.

No, se corrigió. Ser el más rico de México. El más admirado, el más envidiado. Estaba muy cerca de lograrlo.

Y todo lo había hecho por ella.

Aunque tenía que admitir que la sed de venganza le había ayudado a obtener ganancias multimillonarias, su vida y sus logros estaban llenos de amargura. Una amargura con la que había aprendido a vivir.

Al entrar a su despacho, saludó con un apretón de manos a su consultor financiero, quien le mostró una carpeta que ojeó rápidamente. Leyó en voz alta el nombre de la empresa que evaluaban para adquisición y no pudo evitar sonreír con malicia.

Siempre quiso vengarse, pero nunca pensó que la oportunidad se le presentara en bandeja de plata.


No debimos cruzar esa línea...

Pero la cruzamos y ya no hay vuelta atrás.

La VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora