Capítulo 1

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Marcia Cisneros

Madrid

A pesar de los vestidos hermosos, joyas invaluables y decoración exquisita, Marcia se sentía fuera de lugar. No porque no estuviera acostumbrada a ese tipo de ambientes, sino porque su interés en interactuar se había agotado. Le urgía estar en casa. Le urgía alejarse de tanta gente falsa que solo se llevaba de las apariencias.

Lamentablemente para ella, y para las personas a las que ayudaba, dependía de estos eventos horrorosos. Si Marcia los convencía de que parecerían altruistas, las personas estaban dispuestas a hacer cualquier cosa. Su técnica más efectiva era comentarles, "sin querer" claro está, la cantidad que alguien más estaría donando. Como si se tratara de un hechizo, los veía ofrecer una suma más elevada solo para superar al otro.

– Aquí tienes, mi vida.

Sintió como alguien la agarraba de la cintura y le daba un beso en la mejilla. Se giró hacia Iñaki y le sonrió, aceptando la copa que le ofrecía.

– Gracias, amor.

Su prometido era un buen hombre. Y uno muy guapo. Alto, el pelo castaño, de ojos claros y sonrisa que podría derretir a cualquier mujer.

Desde que lo conoció, cinco años antes durante la maestría, no había hecho más que cuidar de ella. Iniciaron como amigos, pero Iñaki siempre le hizo saber que tenía un interés romántico. Hacía casi dos años que se convenció de darle una oportunidad y se decía que era una buena decisión.

Sin embargo, Marcia no estaba enamorada de él.

Lo quería, pero no sentía ese amor del que hablaban las películas ni las canciones. El amor hacía daño. Tuvo que experimentarlo de primera mano para aprender la lección. Una lección de la que no estaba segura de si algún día se recuperaría por completo.

Ante los ojos del mundo se veía perfecta. Era una mujer que lo tenía todo. Debería ser feliz. La realidad es que estaba muerta por dentro desde que dejó México. Desde que... Desde que tenía dieciocho años y creía en los finales felices.

Los recuerdos la inundaron como una avalancha, creando un nudo en su garganta.

– ¿Estás bien, Marcia? – le preguntó Iñaki al verla ida. – ¿Necesitas sentarte?

Tragó saliva, diciéndose que no tenía caso quedarse en el pasado.

– No, no, estoy bien. – le ofreció una sonrisa apaciguadora. – Aunque ya nos podemos ir. Mi trabajo está hecho.

Se marcharon mientras Marcia hacía un cálculo mental de todo lo recaudado durante la velada. Esa noche le había ido relativamente bien, recibiendo cheques por un total de miles de euros. Eso le serviría para apenas unos meses, lo que significaba que pronto tendría que volver a socializar con esta gente. Se estremecía de pensarlo. La mayoría eran sanguijuelas cuyo único mérito era nacer dentro de una familia adinerada.

– ... otra copa de vino? – la voz de Iñaki la sacó de sus pensamientos. – ¿Marcia?

– Perdón, perdón. Esta velada ha sido muy agotadora. No te escuché.

– Preguntaba si querías ir a por una última copa de vino en mi piso. Hace mucho que no hemos estado los dos solos.

Y no le faltaba razón. Tenían un montón de casos que trabajar y la relación no estaba en el tope de sus prioridades. Marcia se reprochó por no prestarle atención cuando él constantemente le demostraba lo mucho que le importaba.

– Está bien. Pero una sola.

– Como digas, mi vida. – le respondió, con felicidad palpable.

Llegaron al departamento y Marcia se obligó a hablar de algo que no fuera trabajo. Le gustaba tener conversaciones profundas con el español que luego desencadenaban en risas. Por eso lo consideraba su mejor amigo.

La pelirroja se recostó en el sofá mientras acariciaba el tallo de la copa casi vacía. Se había quitado los tacones e Iñaki masajeaba sus pies, ayudándola a relajarse. Las velas de luz tenue y aroma dulce creaban una atmósfera íntima y lo que debía de ser solo una copa se convirtieron en dos botellas. Poco a poco el vino le encendió la sangre en las venas. La proximidad llevó a un roce intencionado que se convirtió en caricias cada vez más sensuales.

Iñaki tomó su copa y la colocó sobre el piso. Se acercó más a ella y fue desnudándola con delicadeza, plantando besos donde la tela daba paso a la piel suave. La llevó a la habitación y Marcia se dejó envolver en las atenciones que el abogado estaba desesperado por darle.

El sexo entre ellos era bueno, fantástico cuando se dejaba llevar. Lo disfrutaba. Él siempre se desvivía por hacerla sentir placer, por tocar todos los puntos "correctos" para hacerla alcanzar el clímax.

Cada encuentro la dejaba complacida, pero... sentía que le faltaba algo.

Todo porque no podía evitar compararlo con... con él. Con el hombre que no se atrevía a nombrar ni siquiera en pensamientos.

– Quisiera conocer a tu familia. – otra vez la voz de Iñaki irrumpiendo en la neblina que llenaba su cabeza cada vez que pensaba en... – Digo que es hora, ¿no?

Marcia suspiró. Había pospuesto su vuelta a México todo lo posible. Quería fingir que era porque sus papás insistían en que se quedara en España, pero no se podía tapar el sol con un dedo. No quería volver porque no quería encontrarse con los recuerdos de una historia de amor que no fue real.

Pero Iñaki tenía razón. Ya estaban comprometidos. A su mamá le encantaría conocerlo, a su papá le gustaría medirse contra él... y, francamente, se le habían acabado las excusas para no volver.

– De acuerdo... Podríamos aprovechar las vacaciones de verano. – aceptó, tratando de ignorar la incomodidad que sentía.

– Suena perfecto. – dijo, alzando su barbilla con un dedo y plantando un beso en sus labios algo hinchados. – Tendríamos que buscar los vuelos, el hospedaje... Igual tú eres la experta en México así que...

– Iñaki, esta es una conversación para mañana. – comenzó a decir mientras se sentaba sobre la cama y buscaba su ropa con la mirada. Todavía necesitaba hacerse a la idea de que volvería a una vida que había dejado atrás, aunque fuera por unas pocas semanas. – Ya es tarde y debemos levantarme tempra...

– Oye, no tienes que irte, eh. – le murmuró, tomando su muñeca para convencerla de que se quedara acostada. – Somos adultos en una relación estable, ¿qué más da si te quedas a dormir? Hasta tengo un cepillo de dientes extra.

– Iñaki... – repitió con reproche, aunque una sonrisa se asomó a su rostro cuando sintió sus besos en la base del cuello. – Sabes que no debo. No me siento del todo cómoda. No hasta...

– No hasta que estemos casados. Vale, lo entiendo. – la interrumpió, levantando las manos en un gesto de rendición. – No me gusta, pero lo entiendo.

No tenía reparos en acostarse con él, pero ya dormir en la misma cama se le hacía demasiado. Necesitaba su espacio, su privacidad. Él siempre había respetado sus deseos y Marcia agradecía no tener que justificarse... al menos, no mucho.

Ya lidiaría con esas sensaciones incómodas después de la boda.

Al llegar a su piso, se dejó caer en la cama. Estaba demasiado agotada, y aun así su mente no dejaba de dar vueltas. Volver a México, volver a donde creyó encontrar la respuesta a todas sus preguntas, volver a él.

No, no a él. Nunca volvería a él.

Porque había dejado atrás esa etapa de su vida.

Había dejado atrás a esa Marcia inocente que casi se deja destruir.

En un momento de impulsividad, buscó en su celular vuelos hacia México y compró dos asientos. No podía pasarse la vida escondiéndose de su pasado. No podía seguir siendo una cobarde.

La ciudad era lo suficientemente grande para no tener que encontrárselo.

El plan era anunciar su compromiso con Iñaki e intentar construir una relación saludable con sus padres. Nada más.

Pensó que les daría una sorpresa, pero la sorpresa se la llevaría ella.

La VenganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora