ℝ𝕠𝕤𝕒𝕤 𝕣𝕠𝕛𝕒𝕤

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Tenía miedo, un miedo insufrible que recorría las fibras de mi cuerpo sin un remedio
alguno, tu rechazo inminente me causaba pesadillas vividas, despertando jadeando entre sudores y lágrimas que recorrían mi rostro desdibujado, creando diversas muecas al recordar. Tenia miedo de que pensaras que tú mejor amigo fue remplazado por un monstruo, un ser despiadado que se regía por su hambre voraz. Lo temí porque yo también lo pensé, los pensamientos intrusos no me dejaban dormir por días, yendo sobre
mis pasos. Recordando cada instante de aquel día. Lamentándome las acciones que hice y torturándome por las que no.

Intentaba destruir mi cuerpo, culpándome por cosas que después me dirías que no eran mi culpa, en ese momento no lo pensaba, mi ceño fruncido y lágrimas desbocadas, que marcaban mis mejillas como El Paso de un río bravo, mientras yo sostenía un cuchillo, intentando destruirme por fuera tanto como lo estaba por dentro.

Tu eras mi sol. El sol que iluminaba mis días enteros, una sonrisa brillante que deslumbraba cualquier lugar que visitarás. Encontrando la belleza en todo, encontrando la belleza en mi, repitiéndome con tus acciones que yo valía la pena, aunque no lo hiciera. No entendías lo que yo hacía, las atrocidades que cometía, y aún así, desde tu ignorancia me acompañaste hasta el final.

Más ese sentimiento de culpabilidad me nublo, el sentimiento de un hambre que no podía controlar me sujeto fuertemente y no me dejaba escapar de ahí, estaba atrapado en una cárcel fría y sola, gritaba por tu ayuda, rogaba por tu luz. Pero nunca lograste comprender mis palabras a través de aquellas paredes insonoras.

Mentiría si dijese que aquel día, cuando me destrozaban cada célula de mi inmortal cuerpo, cuando gritaba pidiendo por piedad, cuando mi sangre caía sobre el asqueroso piso del lugar, estaba pensando igualmente en todos. En mi mente estabas tú, tú luz me iluminaba, dándome la suficiente cordura para poder escapar de ese lugar.

Volví a temer. Tuve más miedo que nunca. Mis dedos fríos chocaban contra paredes duras, en un intento desesperado por escapar de ahí, y lo logré, logré salir después de tanto tiempo de intentar. Salí para encontrarme con el vacío.

Era frío y obscuro. Mi mente no lograba comprender que hice para llegar a ese lugar. Luego lo recordé, lo hice por ti, por tu seguridad y con esto en mente camine a ciegas.

Mi humanidad me abandonó casi por completo, el vacío que comprometía ese lugar se extendía cada vez más, sintiendo mi cuerpo cada día volviéndose más duro. La sangre ajena recorría mis dedos, goteando con ruidos sordos que aturdían mis pensamientos.

Sentía remordimiento, toda la luz que me regalaste fue correspondido con obscuridad, espere que me odiaras y aunque ese pensamiento era intolerable, prefería tu odio a tu muerte. Mantenía los pocos rastros de cordura con mis pensamientos contigo, recorría con mi dedo el polvo de mi mente, rascándolo con ansia, esperando con falsa esperanza que quedara reluciente.

Todas mis fantasías pesimistas se resquebrajaron aquel día. Porque yo era la obscuridad para tu luz, el mal para tu bien. Éramos un perfecto complemento en un mundo tan imperfecto.

Tus palabras marcaron mi corazón, quebrándolo un poco en el proceso. Porque yo era un rosa roja al reflejo de la luna, y tu una rosa blanca al reflejo del sol. Porque éramos dos caras de la misma moneda.

Yo era una rosa roja, cuya belleza era casi imposible de apreciar, pero cuando lo lograbas. Se podía convertir en la más bella de las flores. Recordando la pasión a un amor prohibido.

¿Sigues ahí? Esa era la pregunta que me perseguía por las noches. Tu presencia se sentía imposible de alcanzar, tan cerca y tan lejos a la vez. Mi brazo intentaba alcanzarte, tocar de nuevo tu rostro y tu sonrisa. Pero desaparecías antes de que lo lograra, tocando solo el líquido carmesí que recorría tu desnudo cuerpo.

Mis gritos inundaban el lugar, el dolor era solo una fracción de lo que sentía, Tus recuerdos se desvanecían de mi. Alargaba mi cuerpo, tomando las imágenes más preciadas y abrazándolas con todo lo que tenía, en vano. Desaparecían para no querer volver. Una por una, se desvanecían.

¿Quien eres?

Recordaba tu rostro, de una manera vaga, tu cara se aparecía entre las rendijas de mi jaula de pájaro, no se porque pero mi instinto me llevaba a acercarme a ti de una manera casi desesperada, pero te ibas. Una tristeza insólita se aparecía sobre mi cuerpo. Pero lo dejé ir. Mi cabeza daba vueltas intentado recordar. Intentando dar sentido a mis emociones y sentimientos. Nunca lo logré. Luche por mi estancia, pero perdí y tu rostro volvía a ser familiar.

Amor mío.

Las lágrimas llenaban mis mejillas sin mi consentimiento. Pero no podía evitarlo, tu cuerpo sólido estaba frente mío. Te intente abrazar, pedir perdón, rogar para que volvieras a mi. Te desvaneciste. Con una mirada tan afectiva en tu rostro que sentí el peso de mis pecados cada vez más pesados, sintiéndome avergonzado de que me miraras así y aún sabiendo lo que hice, tu rostro nunca vacilo. Creyendo en mi hasta el final del todo. golpe el piso, intentando salir de ahí. Grite, mis lagrimas se volvieron rojas recorriendo mi rostro hasta llegar a mi barbilla y caer.

El piso debajo de mi se quebró, vi un rojo brillante, tus ojos me seguían en mi caída, nunca te alcancé, nunca te logré tocar.

Porque que al fin y al cabo solo somos polos opuestos.

Porque siempre te ame, desde el principio de todo. Pero nunca te tuve, nunca estuviste ahí de esa manera. Y nunca estarás, porque te he perdido. Lamento no haber chocado mis labios contra los tuyos. Lamento no haberte tocado por última vez.

Porque tú Luz nunca estuvo dirigida a mi.
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⏰ Última actualización: Feb 13, 2022 ⏰

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