2: El encargo.

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Para cuando la vida en la ciudad comenzaba a despertar, Hyunsuk ya estaba en pie, aseado y poniendo sus pies en la calle. Mashiho todavía dormía cuando él se dejó ver por el establo, cuidando que Chilli estuviera bien atendido. Cuando el caballo le relinchó, en respuesta, se dio por satisfecho y comenzó a adentrarse por las calles, buscando un sitio en concreto, cerca del castillo.

El Sol comenzaba a aparecer, aliviando sus ojos, que trataban de descifrar las letras del pequeño trozo de pergamino donde con tantas prisas se había apuntado la dirección en aquella posada, tras hablar con Mashiho y lo que parecían ser un par de amigos suyos.

Había poca gente a su alrededor para cuando salió a la calle principal. El inmenso océano de personas en el que se vieron envueltos ayer ahora era inexistente. Miró hacia adelante, percatándose de lo larga que era la avenida. Sin duda le quedaba un buen rato a pie hasta llegar al centro, más aún para llegar a su destino. Suspiró, resignado, y siguió caminando, escuchando el suave repiqueteo de las suelas de sus botas chocas contra los adoquines.

Los minutos pasaban lentamente. Las tiendas iban abriendo y las calles se comenzaban a colmar. El perezoso silencio comenzaba a llenarse de conversaciones y algún que otro grito. Miraba todo aquello, distrayéndose mientras seguía su ruta.

Una hora después el imponente castillo de la familia real surgía ante él. Era hermoso, los grandiosos ventanales lo hacían ver aún más etéreo de lo que ya era en sí. Pero no era allí a donde se dirigía, no. Su destino estaba a unas pocas manzanas de allí, escondido en el bajo de una vieja casa pastoral. La puerta de entrada, antigua y con un par de rayones, tenía un discreto círculo pintado en blanco a un lado del picaporte, por lo que supuso que estaba en el sitio indicado y tocó suavemente la madera con sus nudillos.

Unos pasos lentos se escucharon desde el otro lado de la puerta y se irguió, intentando aparentar más altura de la que realmente tenía. Más de una vez lo habían acabado rechazando por ese factor, así que rezó internamente porque el anfitrión no sacara el tema a colación.

Pronto la entrada se abrió levemente, dejando ver a un hombre de cabellos blanquecinos, que al verlo lo agarró de la muñeca para arrastrarlo dentro del lugar y, tras asegurarse de que nadie se había fijado en esto, cerró la puerta con seguro.

Hyunsuk frunció el ceño, intrigado por esto, mientras el hombre lo guiaba hasta una pequeña y desordenada salita, sumida en la penumbra a excepción de una chimenea, que iluminaba los diferentes objetos situados en la mesita del café. Sus ojos fueron a parar a varios tomos abiertos de par en par, luciendo símbolos y letras en un idioma desconocido para él.

-¡Eres un imprudente, niño! - Le gritó el hombre, encarándolo. Su ropa consistía en una larga túnica de color crema, adornada con varios collares de oro. Su barba, también albina, bajaba hasta la altura de sus clavículas.- ¿Cómo se te ocurre venir aquí en pleno día?

-Perdone, no creí que estuviera haciendo nada malo...- Contestó, sin terminar de hilar la relación.

-Dile eso a los guardias cuando te encarcelen por relacionarte con magos...

Abrió los ojos con sorpresa. EL hechicero rodó los ojos ante su reacción.

-¿Sorprendido? ¿Acaso esperabas otra cosa? Esto no es precisamente palacio, como podrás comprobar...

Calló, dándose cuenta de que su posible cliente era alguien con quien resultaba un poco dificultoso tratar. El hombre lo miró de arriba a abajo, cruzándose de brazos.

-¿Te vas a presentar o damos la charla por terminada?

-Oh, sí... Disculpe.- Dijo, sin saber con qué tono tomar sus ácidas palabras.-Soy Choi Hyunsuk, tengo veintiún años y provengo de la aldea Minok.  Publicó usted una recompensa de diez mil libras a cambio de cierto encargo... Por favor, déjeme tomarlo.

Claro de luna (SukHoon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora