Capítulo cuatro

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 Bones sinkin' like stones
All that we've fought for
All these places we've grown
All of us are done for

And we live in a beautiful world

Yeah we do, yeah we do

We live in a beautiful world


Rockola, 1972

La gente corría por las calles, pues una fuerte lluvia había desencadenado de improvisto en la ciudad londinense.

Roger se asomaba por la ventana como cada noche, aprovechando lo vacío que estaba el bar en el que a diario trabajaba luego de clases, para descansar un poco y soltar el estrés obstruido por una tarde bastante ajetreada.

Le parecía bastante cómico verlas, más porque se le hacía increíble que aún la gente se confiara de no llevar un paraguas sabiendo en dónde vivían.

Aún así y el desfavorable clima que tenían, realmente le gustaba vivir allí. Había sido un proceso bastante fuerte el decidir dejar su pueblo natal para estudiar en la capital desde hacía un par de años, pero no se arrepentía un solo segundo del proceso.

— ¡Taylor! —el grito de su jefe lo sacó de su trance, haciéndolo volver a la realidad de, a pesar de disfrutar de Londres, tener que aguantar los abusos de un viejo decrépito para poder subsistir.

Un hombre con una panza gigante y un bigote mal tenido se acercó balanceándose de lado a lado hacia el rubio, con su ceño fuertemente fruncido.

— ¿¡A caso te estoy pagando para que andes de vago en mi local!? ¡Es que no me dan más ganas de echarte de una buena vez!

Pues debería hacerlo, sucio energúmeno, pensó con desdén. Sin embargo, una vez más se tragó todo insulto posible, y con una mueca de pena intentó disculparse.

—Lleva toda la razón, señor Harper, no volverá a pasar.

La risa que el hombre mayor soltó le hizo hervir de la ira—. Por supuesto que no volverá a pasar, muchacho, de eso me aseguro yo. Una falta más y te saco a patadas de acá. No lo hago aún porque doña Winifred es una excelente mujer. Lástima que le haya tocado un malagradecido y vago como tú.

Lo miró fijamente, y en su mente se crearon mil formas de acabar con ese imbécil.

No entendía el por qué de su odio repentino hacia su persona. Sin embargo, poco podía importarle el si le quería o no. Lastimosamente, su madre había sido muy amiga de él en su juventud, pidiéndole el gran favor de que cuidara de él en lo que concluía la universidad en Londres, dándole techo a cambio de trabajar con él en su bar. Y claro, había aprendido a aguantarlo por bastante tiempo.

Se removió intentando mantener la compostura, y agarrando el trapo con el que llevaba limpiando en toda su jornada, se dispuso a irse a la cocina.

—Si no me necesita más, señor Harper, iré a limpiar los platos con Mary —emprendió camino hacia donde indicaba, pero una mano lo agarró con fuerza del hombro, deteniéndolo en el proceso.

—Te necesito en otra cosa, chico —comentó—. Necesito que limpies el estéreo ese que está en el rincón. Hay un muchacho que viene todos los días aquí y me pregunta si funciona ese yo no sé qué. Puede ser la nueva entretención del lugar. No sé cómo funciona, no sé si aún servirá, pero te corresponde dejarlo limpio y listo para mañana mismo.

¿Pero qué estaba diciendo? Apenas entendía de electrónica, y le pedía que pusiera a funcionar algo que llevaba AÑOS sin funcionar.

Quedó en blanco por un segundo, y cuando vio que el hombre le soltó de su agarre para hacer cualquier guarrería de las que normalmente hacía, corrió despavorido tras él.

— ¿¡Para mañana!? ¡Señor Harper, pero yo no sé de...!

— ¿A caso te pregunté? —Interrumpió—. Te estoy dando una última oportunidad de trabajar aquí, ¿y me estás cuestionando?

El rubio quedó en silencio, ingeniando mil muertes distintas para el humillante hombre que tenía al frente.

Una vez calmándose, intentó responderle, pero este volvió a hablar.

—No sé qué querrá el insistente ese, pero está añorando que esa cosa sirva. Y si él lo quiere, tú, bueno para nada, se lo vas a dar.

Y con eso concluyó, emprendiendo rápidamente camino hacia los clientes para tomar unas órdenes, dejando al ojiazul con un lío gigante, y odiando de sobremanera a alguien a quien ni conocía.

Espero que nunca te pases por acá, lunático busca problemas, murmuró entre dientes, dirigiéndose escaleras abajo al sótano del lugar, yendo hacia donde estaba una de las cosas más bonitas que alguna vez había visto, pero que ahora, preso de la impotencia, odiaba monumentalmente.

La Rockola. La famosa y bonita Rockola de los años sesenta.


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