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La música se oye fuera mucho antes de que lleguemos a entrar. En la oficina se rumoreaba que había contratado a los Plastic (una banda de rock masculino que se ha hecho famosa porque sus miembros son guapísimos y van perfectamente depilados, básicamente), así que Laura y yo ponemos el oído a ver si suena a concierto. Pero no suena a concierto. Y nos miramos, negando y riendo. ¿Cómo iba a contratar a los Plastic? Serán basura, pero son basura de élite.

Ni ella tiene tanto dinero.

—¡Has venido!

Emmanuel grita desde la puerta, abriendo los brazos y refiriéndose a mí. Es de los pocos amigos que tengo en la oficina. Un chico medio francés, de más o menos mi edad, al que le encanta salir y relacionarse aunque odie los encuentros sociales tanto como yo. Lo sé, no tiene sentido, pero ese es Emmanuel. La encarnación de las contradicciones. Como, por ejemplo, detestar con toda su alma la superficialidad pero ir terriblemente perfecto siempre.

—Te has perdido al zorro de Sergio intentando ligarse a la directora de ventas, hola Laura —le dice de pasada, medio ignorándola a propósito—. No sé qué haces con esta tía —y sigue hablando así, de ella, sin mirarla—. Vente.

Me coge de la mano y me aleja de Laura, arrastrándome detrás de él en dirección a la puerta principal. Yo miro a Laura dejándome llevar y me encojo de hombros. Ella se despide de mí con la mano, pero por su sonrisa sé que no le importa. Ya la veré después.

—Solo quiere acostarse contigo —me dice Emmanuel.

—Ya lo sé.

¿Y qué mujer no? Es lo único que les interesa de nosotros.

—¿Entonces por qué le sigues el rollo?

—Y yo qué sé, me cae bien. Es maja.

—¿Maja? —Emmanuel no se lo puede ni creer—. Maja. Tú eres tonto. —Así es él. Drástico, radical, masculinista hasta la médula. Y sincero como una puñalada—. Te dan un poco de decencia humana y ya te crees que eres especial. No es maja. Es una interesada asquerosa, eso es lo que es. Tú y cualquier cosa que no sea tu polla le importáis una puta mierda.

—No es verdad —le contesto ofendido—. Somos amigos.

—¿Ah sí? —Emmanuel se para justo delante de la puerta. Un pedazo de madera cuadrado de dos por dos metros, negro, abierto de par en par y dejando entrever un recibidor elegante y minimalista con una enorme escultura abstracta en el centro—. Pregúntale cómo se llamaba tu gato.

—¿Qué? —Le miro a los ojos pasmado.

—Tu gato. El que se murió hace seis meses. Me diste un por culo impresionante con el gato, algo le habrás contado a ella también, ¿no?

—Sí, bueno, no sé, supongo. Estaba jodido, así que supongo que sí.

—Pues eso. Pregúntaselo. A ver qué te dice.

No me dice nada más.

Me da la espalda y camina. Y yo camino un poco confundido detrás de él. Laura tiene que saber el nombre de mi gato, ha estado en casa más de una vez cuando aún estaba vivo y es cierto que me volví un poco monotemático con su muerte (cosa que me parece normal). Es ridículo. ¿Verdad? Claro que Laura sabe cómo se llamaba mi gato.





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