Cuando me mude con la abuela hace un par de semanas sabía que disfrutaría el olor a galletas horneadas y té de manzanilla recién cortada, y así era.
Esa mañana entraba el sol por una orilla de la ventana, el sol de verano, que ayudaba a mi abue a levantarse temprano a cosechar su jardín, se colaba con unos rayos que me daban justo en la cara. Dispuesta a desayunar debido al delicioso aroma en la cocina, me estiré entre las sabanas y alcance a tomar impulso para sentarme en la cama, como de costumbre mis ojos empezaron a acostumbrarse a la luz cuando levanté las cortinas, de reojo noté el reflejo del brillante teléfono rojo.
La abuela acostumbraba a entreabrir mi puerta por las mañanas para que alcanzara a escuchar su voz al llamarme o el ruido de la tetera con el agua hirviendo, lo que sucediera primero, por eso cada día notaba el color chirriante de ese rojo intenso del teléfono enfrente de mi cuarto al final del pasillo.
La abuela cuenta que fue un regalo de parte del abuelo, que trajo luego de un largo viaje de trabajo, dice que cuando lo vio sabía que tenía que estar en esa parte de la casa. Ahora que el abuelo ya no está y que mi abuela está tan ocupada con toda la casa apenas le da tiempo de desempolvarlo y, aun así, sigue llamando tanto la atención.
Estaba allí colgado sobre la pared, con ese cable que parecía interminable, su sistema de rodaje para marcar, sus números pequeñitos con caligrafía especial, y aunque ya nunca lo escuchaba sonar, podía jurar que se recordaba un poco de cómo iba el tono.
-El desayunó está listo Eli, ven a comer ya- escuché decir a mi abuela desde la cocina y tuve la sensación de querer sonreír, esta vez no tuve que correr a apagar la estufa.
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Los días en el campo, lejos de la ciudad, el ruido, la universidad y el causante de mi corazón roto, parecían darme total y completa paz.
Ya era de tarde y con el libro que decidí leer estas vacaciones para el reporte del profesor de literatura avanzada entre las manos rodé de nuevo en la cama, una novela de época siempre me hacía sentir verdaderamente en la casa de campo y la disfrutaba demasiado. Estaba por pasar al siguiente capítulo cuando sonó.
Recuerdo vívidamente el incesante timbre del teléfono, como me quise convencer a mí misma de que si era el que yo recordaba, solo reaccioné cuando lo vi vibrar. Solté el libro sobre la cama y corrí a responderlo, como cuando era pequeña e iba enfrente de mi abue mientras me hacía cosquillas, para responderle al abuelo.
Cuando el falleció jamás pensé volverlo a escuchar, nadie lo usaba más que él para contactar a la abuela, luego mi mamá le compro su teléfono. No sonó más y yo pensaba que ya estaba descompuesto por el tiempo.
- ¿Bueno?... - suspire entrecortado con el teléfono entre las manos, aun sin creer que seguía funcionando.
-Hola, ya estoy aprendiendo como funciona este teléfono, ¿Qué haces?-
Escuche decir del otro lado, era una voz profunda, de hombre.
-Ammm, ¿con quién gusta hablar?
Pensé por un momento que era algún viejo amigo de la familia, o hasta algún tío lejano.
-¿Cómo que con quién? No juegues conmigo - dijo el chico al otro lado del teléfono mientras reía divertido.
-Creo que te equivocaste de número - respondí
- Pero... lo marqué todo correctamente... -empecé a oír como revolvía algunos papeles y se molestaba- No puede ser, que vergüenza... - dijo entrecortado, cosa que me pareció graciosa y me reí.
- Bonita risa, pero en efecto, número equivocado -
Y luego de eso solo escuche como colgó.
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El cable rojo que nos une.
Short StoryElizabeth se mudó a la casa de su abuela para cuidarla. Ahora enfrente de su nuevo cuarto hay un bonito pero viejo teléfono rojo colgado en la pared. Elizabeth cree que el teléfono empolvado está descompuesto, hasta que un día suena incesante. ¿Q...