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Micaela había dejado la casa, su trabajo y el pueblo en el que había pasado más de seis meses para irse a vivir con su esposo. Se había casado ahí mismo, en una pequeña capilla sin más invitados que ellos dos y el hijo que resguardaba en el vientre, uno qué, pese a su avanzado estado de gestación, era pequeño a comparación de muchos otros vientres que Micaela había visto a lo largo de su vida, la señora Carmen le había dicho que era porque tenía el espacio suficiente en su interior, pero eso no dejaba de preocuparla pese a que los doctores le decían que todo estaba bien.

En ese momento se dirigían a la lujosa casa que el señor Rinaldi tenía en Bath para que, su ahora esposa, terminara su embarazo lejos de Londres, y eso era algo que seguía preocupando a Micaela, regresaría a casa, pero sería casada y con un hijo, no sonaba nada bien, sobre todo, cuando había dicho a sus padres que iría a Alemania, seguro que para ese momento ya sabrían que no se encontraba ahí y estaba en grandes problemas.

—¿Qué te preocupa? ¿Te sientes mal? —dijo preocupado, para ese momento, sabía que la situación de Micaela y el bebé era delicada, ella debía descansar y cuidarse.

A pesar de que el médico dijo que quizá sólo hubiese sido un rutinario y muy común nervio de parto, como muchas otras madres primerizas habían sentido, eran las contracciones que se esperaban para el día que el niño nacería, siendo un movimiento normal y que no era preocupante si no pasaba a un dolor más grave.

—¿A mí? —dijo nerviosa—, nada, nada de nada... más bien todo, siento que no dejo de cometer errores y por alguna razón, usted sigue estando presente en todos ellos, es todo un suplicio, mis padres me matarán y lo matarán de paso a usted.

Matteo suspiró.

—Aceptaba que me hablaras de usted cuando no estábamos casados, pero ahora me parece una verdadera incoherencia, comienza a tutearme por favor.

—No puedo hacer algo como eso en tan poco tiempo, lo lamento si lo molesta, pero es algo fuera de lo que se acostumbra ¿usted acostumbra a llamar a las personas por su primer nombre desde que las conoce? Es totalmente maleducado.

—A diferencia de los nobles, no me tomo tantas restricciones, estar diciendo señorita o mi lady, me parece una tontería y demasiado estresante, una pérdida de tiempo. Te comenzaré a llamar Micaela desde ahora y no volveré a hablarte como si fueras una extraña.

—Bien, haga lo que quiera, tengo demasiado en qué pensar como para corregir su actitud sinvergüenza.

—Me puedes llamar Matteo.

—Claro, lo haré en algún momento, estoy segura.

—¿Sueles hablar tan atropelladamente?

—Sí, puede comenzar a lamentarse de su decisión de casarse conmigo —dijo la joven—, suelo hablar hasta por los codos, por eso no tenía muchos pretendientes y cuando usted... no importa, sólo le digo que hablo demasiado.

—Entiendo.

—¿Esa es la casa? Es muy grande si sólo viviremos nosotros y peor si se toma en cuenta que viviremos muy poco tiempo ahí —negó—, el estar lejos de mi casa me dio una dura lección de lo que es no tener nada y tener que pelear hasta por una hogaza de pan, esto es demasiado para dos personas.

—Somos cuatro personas —dijo Matteo tranquilamente—, mi padre ha venido y pronto nacerá el bebé, por lo que he contratado una niñera, nodriza y una partera, además de la servidumbre y... otras personas.

—¿Nodriza? ¿Ha dicho nodriza?

—Así es.

—No creo que la necesitemos cuando bien puedo darle yo.

El gran error de MicaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora