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No sabía cómo sería capaz de hablar con su padre sobre la estupidez que cometió, apenas lo había podido confesar ante sus primas, las más allegadas y parecían tan consternadas y estresadas como lo estaba ella misma. Nunca pensó ser tan estúpida ¿por qué había caído con esa facilidad ante ese hombre? Ahora la que tenía el problema era ella, mientras que él seguía en su ignorancia feliz que le ocasionaba el silencio de Micaela.

Para mucha gente, su solo nombre indicaba un sinfín de palabrería que terminaba por enfadar a todo cuanto se atreviera a escucharla, Micaela era una joven hermosa, sí, pero la mayoría de gente la encontraba exasperante, demasiado chismosa, demasiado franca, tenía una mala combinación de sus dos padres, Marinett y James Seymour, marqueses de Kent. Ella solo podía estar de acuerdo, pero tampoco es que hubiese mucho que pudiera hacer por ello.

Claro, que definitivamente hubiera podido detenerse cuando se enamoró de ese hombre y le permitió llegar lo más lejos que una pareja podía llegar, aunque ella no lo supiera en ese momento, sabía que estaba mal desde el comienzo ¡Era una tonta! Porque, además de haber perdido su doncellez, había quedado embarazada.

—Micaela, mamá dice que si no bajas en cinco segundos, te castigará por toda la semana —le dijo Jasón desde su puerta, era su hermano mayor, él era más bien parecido a su padre, pero con la personalidad de su madre.

—Lo sé —dijo desde el baño, donde la joven se las apañaba sola con las náuseas matutinas—, voy en seguida.

—¿Te encuentras bien? —preguntó su hermano, cada vez más cerca de la puerta del baño— Estás rara últimamente.

—Estoy bien Jason, gracias —trató de sonar tranquila, pero su voz denotaba el nerviosismo en el que se encontrara.

—¿Nuevamente comiste de más? —se preocupó el rubio—, te dije que era suficiente con tres panecillos ¡pero eres terca!

—Lo sé, bajaré en un momento.

—Bueno, te excusaré con mamá por ahora.

Micaela amaba a su hermano, a ambos, aunque con Héctor solía llevarse menos, ambos eran muy queridos por ella y al ser la única mujer, tenía el mismo efecto en ellos, no podía imaginar qué dirían cuando se dieran cuenta que era una mujer falta de pureza, una tonta que se había metido con el primer hombre que le habló bonito, porque nadie quería estar con Micaela nunca, jamás le sacaban platica ¡Qué decir de pedirle un baile! Estaba más que segura que se quedaría para vestir santos, pero ahora... no, ahora hasta los santos le harían una cara reprobatoria si tan solo se acercaba.

—¿Madre? —Micaela abrió el despacho de su padre, donde era común que su madre se encontrara, usando aquellos pequeños lentes para revisar las cuentas juntos con su padre—, me dijo Jasón que me estabas buscando.

—Sí —Marinett Seymour entregó un papel a su marido y la miró con seriedad, su madre había heredado la mirada filosa de su abuelo Hugo Kügler, lo cual le helaba la sangre—, ha llegado carta de Ashlyn, pidiendo que la visites por unos días, creo que puedes ir.

—¿En serio? —sonrió Micaela.

—Sí.

—Eso estaría perfecto mamá, me hace mucha ilusión ir con Ashlyn ¿Cuándo podré ir? ¿Será pronto? ¿Me puedo ir hoy mismo?

—Sí Micaela —detuvo su madre—, puedes ir ahora.

—¡Gracias!

La joven salió corriendo del despacho de su padre sin cruzar una palabra con él, normalmente su cabeza necesitaba estar muy concentrado para poder seguir el paso que su madre le marcaba, por eso no se atrevió siquiera a dirigirse a él.

El gran error de MicaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora