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Al llegar a la hermosa mansión de los Rinaldi, el padre del muchacho que los había hecho ricos, caminaba detrás de su hijo, quien no se detuvo hasta que llegó a su habitación y se tumbó en la cama, parecía furioso y fuera de sí, pero el señor Lorenzo no podía estar más que contento, esa mujer noble aseguraba tener consigo al hijo y futuro heredero del emporio de los Rinaldi. Era impensable que una noble como ella hiciera tales barbaries, era una chica que tenía todo en la vida y dudaba mucho que supiera algo sobre ellos, los Rinaldi eran apenas conocidos en Londres, no hacía mucho que habían llegado para establecer un negocio en esas tierras.

—Hijo...

—No digas nada padre, por favor —se sobaba la cabeza, Matteo solía sufrir de migrañas.

—Me parece extraordinario la forma en la que esa muchachita podía mentir ¿no crees? —el señor Lorenzo se sentó en una silla—, con esa facilidad y la sinceridad en sus ojos... claro que crearía duda en quién la escuchara.

—¿A dónde quieres llegar?

—Sí es verdad lo que dice...

—No lo es.

—Escúchame hijo —Matteo sólo pudo suspirar—. Sea verdad o no, necesitas a alguien a quién heredar todo este imperio que has formado, esa mujer piensa y dice que su hijo es tuyo, entonces, úsalo a tu beneficio, me sorprende que no lo hubieras pensado por ti mismo, siendo el hombre de negocios que eres.

—Lo pensé, pero no creo ser capaz de hacerle eso ella, ese niño no es mío.

—¿A quién le importa? —negó el hombre—, toda su familia vendrá contra ti por ello, es de los Bermont, se riegan por el mundo como si fuera la peste, nos conviene tenerlos de nuestro lado. Aunque no sea tu hijo, te acostaste con la muchacha ¿Sí o no?

—En mi defensa, no tenía idea de quién era en ese momento.

—Pero lo hiciste.

—Sí —suspiró—, lo hice.

—De todas formas, querrán hacerte cumplir por ello —dijo—, era una muchacha decente cuando tal tomaste ¿no? Eso dijiste.

—Lo era.

—Bien, tú le robaste el honor, querrán que se case contigo.

—¿Y qué acepte el hijo de otro? —negó—, prefiero batirme a duelo.

—No seas orgulloso, no tienes otra forma de tener hijos, según lo que dices —hizo ver el padre—, terminarías adoptando a alguien para que heredara todo tu dinero ¿qué mejor que un hijo que crea que eres su padre?

—¿Me haré cargo del error de otra persona, sólo porque necesito un hijo? —rodó los ojos—, no lo creo padre.

—¿Crees que la muchacha se metió con más hombres después de ti? ¿En serio?

—No lo sé, no quiero juzgarla, pero si lo hizo conmigo...

—Oh, vamos Matteo —le quitó relevancia el padre—, además, agregaríamos algo importante a la familia.

—Si dices que un título...

—Un título.

Matteo dejó salir el aire con molestia y miró hacia otro lado, aún recostado en la cama.

—Jamás me ha interesado tener una mujer de sangre noble, me da exactamente lo mismo de qué origen sea.

—Lo sé, pero ahora que se te presenta...

—No.

—¡Vamos Matteo! —dijo el padre con enojo—, sí te quisiste acostar con ella quiere decir que algún atractivo le encontraste.

El gran error de MicaelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora