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-Duele el no ser correspondido - bajo su mirada al suelo y dejo que su flequillo le tapara gran parte del rostro, sonriendo con tristeza se encamino a la pared más cercana y se recostó sobre ella.

Hacía ya un par de horas que el quinto guardián había llegado a su templo después de dejar más calmo a Milo, no iba a mentir, cada día se sentía más roto que el anterior. Pero ¿Por qué le dolía tanto, si se suponía que estaba consiente que el escorpión no lo miraría con otros ojos que no fueran de amistad? Ah sí, porque aquella persona y sus labios no le pertenecían.

Y probablemente nunca lo harían.

¿Era tan difícil decirle adiós a un muerto? Y mas importante aun ¿tan difícil era obtener una oportunidad?

Desafortunadamente si lo era y en estos momentos se lamentaba el haber sido tan cobarde por no expresar sus sentimientos desde hace años, mucho tiempo se conformó con la hermandad que le ofrecía el escorpión y con esto ser la sombra de Camus, pero, ¡ya no más, no señor! Debía dejar de sentirse tan miserable y mirar hacia adelante con una actitud más que positiva para poner en marcha su plan con el propósito de enamorar a su querido Milo. Una cosa era segura, su misión no sería nada fácil por lo que debía de ser muy paciente y menos insensible con las situaciones que se llegaran a presentar.

-¡Esta vez no me dejare vencer! -se escuchó su voz retumbar por el lugar, pues ya era momento de utilizar su última carta- ¡Es todo o nada!

Las primeras semanas fueron un caos para el pobre Aioria ya que solo para ir al coliseo literalmente debía sacar a rastras a Milo de su cueva, como ahora le llamaba a la octava casa y de esta manera realizar su entrenamiento matutino, soportando quejas y lamentaciones.

-Date prisa bicho rastrero, ya casi es hora de entrenar -ordeno el castaño mirando a Milo tirado en la cama entre las sabanas hasta la nuca.

-No me interesa.

-Que no sabes que el estar todo el día acostado hará que te pongas gordo y feo -hablo entre risas.

-Me importa un comino- se removió en su lugar tomando una almohada para seguir durmiendo.

-Como jodes - y ahí estaba otra vez haciendo esfuerzos sobrehumanos para sacar a cierto escorpión de la cama.

Posteriormente con el paso de los días la actitud de Milo fue mejorando y se podía decir que era el mismo de siempre pues que ahora él era quien tomaba la iniciativa para invitar a Aioria a salir y divertirse o hacer travesuras. Típico de ellos ya que a pesar de que eran jóvenes de veinte años meterse en problemas era su pasatiempo favorito.

Leo adoraba aquella actitud, y a parecer los pasos de su plan estaban dando frutos, lo que quería decir que su oportunidad estaba más cerca que nunca.

Oh... no.

-¿Gato? -pregunto al aire sin obtener respuesta. Busco por el lugar hasta llegar a la cocina donde lo vio muy entretenido y concentrado en su desayuno -¡¡Aioria!! -grito lo que provoco que el mencionado diera un brinco por el susto.

-¡¿Qué te pasa, acaso quieres matarme de un infarto?! -reclamo con un puchero, mientras Milo reía. - te pasas Nico, te pasas.

-Oh vamos, no seas paranoico -rodo los ojos restándole importancia- date prisa iremos a Rodorio -más que invitación sonó como una orden- quiero manzanas y si te portas bien probablemente te compre algunas wiskas -sin darle tiempo a quejarse corrió a la salida, seguido del castaño.

Ya en la plaza Milo compro lo dicho y alguno que otra golosina ya que para su suerte había muchos puestos; recorrieron cada rincón entre risas y juegos.

Quédate a mi lado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora