1. No soy yo, eres tú

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─Debemos separarnos, Carlota

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─Debemos separarnos, Carlota.

La mano de Alan trepó sobre la mesa que nos separaba y cubrió la mía. Me dirigió una de aquellas detestables miradas de pena e hizo una mueca para fingir su pesadumbre. Pero él no se sentía afligido, en absoluto. No hacía falta leer mentes para saber que, por dentro, estaba bailando el chamamé de la felicidad.

Yo ya veía venir esta confesión. Todas las relaciones que tuve anteriormente, tarde o temprano, tomaban el mismo rumbo.

Después de un largo silencio, corrompido por un hombre que reclamó a gritos su pedido a uno de los camareros del restaurante, me atreví a expulsar lo que me molestó:

─Charlotte.

─¿Qué dices?

─No es Carlota. Es Charlotte ─insistí y aparté mi mano. Él sabía lo mucho que me fastidiaba que me llamaran por mi nombre real. Hasta llegué a creer que solo lo había dicho para potenciar mi nerviosismo─. ¿Por qué estás terminando conmigo? Espera, déjame adivinar. ─Me incliné hacia adelante y, en cuanto lo hice, él se replegó sobre el respaldo de su asiento─. "No eres tú, soy yo" ─recité aquella frase trillada con desdén.

─Oh, no, definitivamente eres tú.

─¡¿Disculpa?!

Alan asintió, provocándome un pequeño espasmo de ira que por poco me llevó a volcar mi café en su camisa recién planchada.

─Nunca estuviste presente, Charlotte. En este año y medio que llevamos juntos te he visto, como mucho, quince veces, y sabes que no es un problema de distancia porque vivimos en el mismo barrio. Siempre estás ocupada con tu tiki-tiki-tiki... ─Comenzó a repiquetear sus dedos sobre la mesa, fingiendo que era un teclado.

─Se le llama escribir, y es lo que hago para ganar el pan del día ─mascullé entre dientes. ¿Realmente me estaba reclamando por trabajar y vivir de lo que me gustaba?

─Admiro tu vocación ─agregó como si me hubiese leído los pensamientos─. Pero, a veces, te olvidas que hay una vida más allá de la pantalla de tu computadora.

─¿Sabes qué? ─Mis puños golpearon la mesa y provocaron un ruido estruendoso que opacó el molesto crujido de las personas masticando sus tostados, el chirrido de la cafetera y al niño de atrás que había comenzado a llorar cuando sus padres le negaron una segunda porción de helado.

Tenía todo un sermón preparado, ya me lo había memorizado después de habérselo dicho a mis otros dos exnovios. Ahora la lista de "relaciones fallidas" se alargaba, y no pretendía darle un cierre al más reciente noviazgo frustrado sin dar yo misma el veredicto final.

Pero un pitido proveniente de mi móvil me interrumpió. Había llegado un mensaje de mi editor, anunciando que nuestra reunión se había adelantado y que debía encontrarme con él de inmediato. Alan se cruzó de brazos, esperando que yo le diera la razón, pero no lo hice. Tomé mi bolso, extraje un par de billetes para pagar el café que no había terminado de beber, y me dirigí a la salida.

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