23. Seamos insensatos, Charlie

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Los párpados de Eloy tiritaron hasta expandirse

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Los párpados de Eloy tiritaron hasta expandirse. Lo primero que vio al despertar fue mi rostro y la pequeña sonrisa dibujada en él. Intentó devolverme el gesto, pero terminó manifestando un temblequeo involuntario de mandíbula. Apoyé una mano sobre la mejilla hasta detener la trepidación y siseé cuando las lágrimas estaban por desbordarse de sus ojos. No sabía si era físicamente posible, pero temía que si seguía llorando, podría terminar deshidratado.

─Tienes que beber algo. Iré a buscarte un vaso de agua. ─Pero en cuanto me erguí del colchón, me atrapó de la muñeca.

─No quiero agua. Quiero que te quedes conmigo ─musitó con la dificultad que le suponía modular teniendo la lengua seca.

─Regresaré en dos minutos.

Salí de la habitación a puntillas, algo absurdo siendo que Eloy ya estaba espabilado y atento a mis movimientos. Mientras iba a la cocina, pensaba en alguna receta proteica que llenara su estómago vacío. Huevos revueltos con queso cremoso me resultó el platillo ideal. También podría batirle un café instantáneo para despertarlo de un sacudón.

Dante estaba junto al refrigerador. Retrocedí ni bien lo vi, resolviendo que podría regresar cuando desocupara el cuarto, pero mis pies se clavaron al suelo como un par de tornillos y se rehusaron a desatrancar hasta exponer lo que inconscientemente me estaba revolviendo por dentro.

─¿Por qué no me avisaste? ─disparé en su dirección.

─¿Avisarte qué?

─No te hagas el distraído. Sabes muy bien de qué estoy hablando. Estuve toda la semana comunicándome contigo para saber cómo está Eloy. ¿En ninguna de aquellas llamadas se te ocurrió decirme que apenas podía levantarse de la cama?

─¿De qué te hubiera servido saberlo? Te ibas a preocupar más de lo necesario. ─Dante se dio cuenta por sí mismo de lo vaga que había sido su justificación. Se mantuvo firme a ella, a pesar de que sus palabras comenzaron a debilitarse con cada comentario.

─Pude haberlo ayudado o, al menos, intentado, pero ni siquiera me diste la oportunidad.

─Eloy se encuentra bien. Lo estuve cuidando.

─¡Vaya trabajo que hiciste! ─Intenté mantener mis decibeles a un nivel casi inaudito para no alertar a Eloy, pero sentía la obligación de imponerme frente a la apatía de Dante. Éste inclinó la cabeza, asumiendo su derrota─. No pretendo que lo resuelvas solo ─aliviané el tono en cuanto detecté su gesto de arrepentimiento─. Pero tuviste que haberme avisado para intentar hacerlo juntos.

─¿Juntos? ─recalcó con desdén, alzando el mentón que había vuelto a estar cubierta por una barba abundante y enmarañada─. No es la primera vez que Eloy se derrumba, ¿sabes? Por supuesto que no, porque no pasaste ni la mitad de tiempo que yo viví con él. ¿Estuviste cuando su perro murió, o cuando lo trataban de marica en la escuela por haber participado en una obra musical? ¿Dónde estuviste cuando no pudo dormir porque había un lunático acosando a Evelia día y noche? Permanecí a su lado en cada uno de esos momentos, y puedo asegurarte que la situación se solucionaba siempre de la misma manera: se encerraba en su habitación, hacía huelga de hambre por unos días, y luego retomaba la rutina como si nada hubiese pasado.

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