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6. ᖴᖇÍO
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Zoro se dejó caer sobre el colchón sin energía, estirando sus adoloridos músculos después de un arduo día de trabajo. Soltó un gruñido a la vez que se levantaba, casi en contra de su voluntad: una parte de él quería caer en los brazos de Morfeo lo más rápido posible, pero la parte más responsable le recordaba que, como mínimo, se quitara la ropa de la calle.
Haciendo caso a esta última, sentado en el borde de la cama, se quitó los zapatos y los calcetines (que lanzó hacia el cesto de la ropa sucia, pero cayeron fuera). Se puso de pie para desabrochar el botón de su pantalón y lo deslizó hasta abajo, lanzándolo también a un lado de la habitación con el pie mientras se levantaba la camiseta por encima de la cabeza.
—Qué hambre tengo... —susurró, únicamente llevando puesto unos calzoncillos. Cambiando de planes, se puso unas zapatillas para ir por casa y se dirigió a la cocina. Abrió la nevera y sacó una cerveza y un plato con las sobras de ayer: arroz y verduras. Cerró la puerta con un movimiento de caderas y un escalofrío le recorrió la espalda—. Qué frío —musitó entre dientes, arrepintiéndose de no haberse vestido primero.
Sentado en un viejo sofá lleno de parches y sujetando el plato de papel con su mano, devoró el plato en pocos minutos. Se bebió la lata de cerveza una vez hubo limpiado el plato, sentado en la oscuridad del salón. Sin siquiera limpiar la mesa, se levantó, se dirigió al baño y abrió el grifo de la ducha, deshaciéndose de la última prenda que adornaba su cuerpo.
Zoro empezó a tararear cuando la cálida humedad de la habitación lo invadió y se colocó bajo la cascada de agua con la intención de ahogar su cansancio, pero parecía demasiado pesado como para que el agua lo arrastrara hasta el desagüe. Con otro suspiro, empezó a enjuagarse el cuerpo, recorriendo los músculos de sus brazos, abdominales y piernas. Terminó por frotar su cuello en un intento de masaje y pasó a lavarse el cabello, sus dedos cruzándose por los mechones de cabello verde.