Pt 3: Trajes, máscaras y vestidos de teatro.
- ¡Tú! Maldito, ¿Quién diablos te crees que eres? - Rugió Inuyâsha enardecido, pasando justo al lado de Rin -quién lo observaba en silencio, totalmente perdida en tiempo y espacio-, y le plantaba frente a su distante medio hermano.
Un dedo índice cubierto de garras se alzó con reverencia y fue hacerle compañía a la severa acusación.
- ¿Crees que todo gira entorno a ti? ¡Yo no soy alguno de tus sirvientes o el maldito de Jaken! No puedes simplemente decirme que hacer, y esperar que obedezca todo cuánto dices. Humillarme de ésta forma, imbécil. -Continuó el Inô-Hanyō con su perorata, mientras casi unía sus pobladas cejas oscuras en una sola y mostraba los colmillos ante cada palabra, y exclamación. Cuadrando su mandíbula y pronunciando el gesto indignado en su rostro.
Permaneciendo siempre y a pesar de todo, atento. A la expectativa, moviendo sus simpáticas orejas ante cualquier mínimo y pseudo movimiento por parte del demonio mayor, y su tacto igualmente poco lejano de Colmillo de Acero, su arma. Siempre listo para la contienda, para luchar.
- Estas son mis vestiduras, mi traje. ¿Crees que todo es fácilmente reemplazable, que puedes imponerte ante cualquier cosa? ¡Pues no, maldito! No puedes meter tus narices en esto también. Este traje me lo dió mi padre, no para que estuviera en un cajón llenándose de polvo y mugre, sino para que lo usara, para que me protegiera. - Escapó de Inuyâsha un rastro de sentimiento en la última parte. Inu no Taisho era un tema delicado para él.
Kagome se sintió de cierto modo ajena mientras Rin procuraba hacerse invisible, camuflarse con el entorno. La jovencita no servía para esa clase de situaciones y prefería hacerse a un lado siempre, más con Sesshômaru implícito, indudablemente involucrado.
Algunas veces Rin era simplemente demasiado servil.
Fue con ese justo y mínimo detalle, que la sacerdotisa diluyó sus propias apreciones y tal como un aparato motorizado al que le dan cuerda, fue acercándose sigilosamente al punto rojo vivo que resultaba ser el fúrico mitad bestia. No obstante, en medio del trayecto se giró y vió al altivo daiyôkai, en sus ojos oscuros reluciendo la cautela, pero también la expresa duda.
Incluso en un margen inequívoca improbabilidad, decidió atravesarse en su campo de visión directo y alzó una ceja en demostrativa queja, en dura acusación. Quería saber que tenía que decir el daiyôkai al respecto. Sí podía excusarse del embrollo.
Sin embargo, ante cualquier expectativa lord Sesshômaru permaneció ajeno, inmutable, completamente lejano, como sí a él no llegarán sus palabras inmediatas, acciones o sentimientos. Definitivamente, el demonio los había ignorado.
La había ignorado.
¡Ni siquiera la había notado, más bien!. Esa tenía que ser una nueva forma de ofensa, ¡Le había aplicado la ley del hielo, por todos los cielos! pero aún así, Kagome permaneció decididamente imperturbable también, serena-como mujer adulta que es-, armándose de paciencia, e ignorando aquella irrefutable burla. Al menos hasta que el demonio se dignara a hacer algo.
Hasta que su voz resonó con reserva e inexpresividad y sucesivamente cayó con efectividad en sus oídos y en los de los presentes.
- Este Sesshômaru no señala la necesidad de conseguir otro atuendo debido a vergüenza, sino a decoro. Protocolo simple.
Los ojos dorados del daiyôkai se entornaron e impeccionaron al joven mitad bestia, pasando con facilidad sobre su protegida y la antigua sacerdotisa de la perla frente a él mismo, como si no existieran. Cómo si no fueran más que un mínimo adorno dispuesto. - Se deben llevar las vestiduras que simbolicen el orgullo de nuestra casa al ser miembro.
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Sombras.
RomanceKagome tan solo tenía que soltar su pesada sombra, pasar el capítulo y dejar de preocuparse tanto por los intereses de ese demonio. [Sesshômaru y Kagome]