•Prólogo•

4.6K 240 30
                                    

Narrador omnisciente

Eren Jaeger vio el destino que le esperaba a la isla Paradis el mismo día que tomó la mano de la reina Historia, pero no solo vio el destino de los eldianos, sino también vio el suyo, teniendo un final que le desagradó profundamente, así que ideó un plan macabro, para así llevar a cabo el retumbar de la tierra, pues no se quedaría de brazos cruzados esperando ese final tan trágico para él.

Después de todo, Eren era así, no podía quedarse quieto.

Cuando Armin, Mikasa y los demás miembros de la Legión de Reconocimiento por fin habían logrado encontrar la ubicación exacta de Eren, estos se prepararon para su próxima batalla contra el portador del Titán Fundador, sin embargo ya era tarde, pues para entonces Eren había acabado con toda la humanidad, exceptuando a su pueblo, Eldia, y el clan Ackerman.

Sus ex compañeros quedaron gravemente heridos y pese a los lamentables sacrificios que hicieron, no ganaron esa batalla. Eren los venció fácilmente, debido al poder inconmensurable que le dio Ymir, ya que en los Caminos, Eren pudo convencerla de seguir luchando, gracias a sus efectivos discursos en ganar la batalla contra Marley, pues literalmente eran los eldianos contra todo el mundo.

—Mikasa, nos vemos después... —habló el ojiverde, dejando a la asiática inconsciente, con delicadeza en el suelo

—Ganó... —susurró Armin sin creérselo, teniendo una mirada perdida y apagada al ver el suelo lleno de escombros bajo sus pies, quedando una superficie llena de tierra y sangre a causa del retumbar

—Idiota, vuelve aquí. —Jean se arrastró por el suelo en un intento de seguir al ojiverde

—Si te sigues moviendo de ese modo, tus heridas se abrirán y morirás. —le advirtió mientras le daba la espalda y lo veía de reojo

Eren regresó a la isla con la cabeza en alto, quedando satisfecho al lograr su objetivo, pues no se arrepentía absolutamente de nada. Su decisión ya estaba tomada y no había manera de volver al pasado para cambiarla.

Algunos, al verlo, lo hacían con admiración y gratitud, otros con rencor e impotencia, pues como en todo lugar, ciertas personas no estuvieron de acuerdo con exterminar a casi toda la humanidad.

—¡Gracias a que entregamos nuestro corazón lo logramos!

—¡Sí! ¡Entreguen sus corazones para siempre a Paradis!

—¡Eren! ¡Eren! ¡Eren! —lo recibió la facción Jaeger, exclamando su nombre eufóricos

—¿Y Floch? —les preguntó

—Falleció. —respondió una Jaegerista

—Oh, ya veo. —desvío su mirada verdosa hacia un lado, observando el panorama desolado, pero a la misma vez hermoso, pues ya no había murallas que lo apresaran a él y a su gente

¿Qué habrá visto Eren en su futuro para llegar al extremo de masacrar a todo el mundo? ¿Acaso el destino iba a ser demasiado cruel con los eldianos?

Él fue quien cambió el rumbo del destino, sin embargo Eren Jaeger aún no terminaba su misión, ya que debía procrear en un futuro y solo así, podría descansar en paz junto a ese legado.

Desgraciadamente estaba obligado a hacer aquello que tanto odiaba, restringir la libertad de sus futuros progenitores y la suya propia, pero Eren tenía que forzarse a tener hijos obligatoriamente, pues si quería lograr la paz perfecta para su pueblo, entonces debía darles el Titán Fundador, el Titán Martillo de Guerra y el Titán de Ataque a sus futuros hijos.

Si quieres paz debes empezar la guerra, porque no existen la vida perfectas. Eso pensaba él.

Conforme pasaba el tiempo, todo se calmó en Paradis, pues ya no habían titanes ni marlyanos que amenazaran con matarlos, no obstante las personas luchaban por cualquier tontería y más aún, cuando ahora tenían la libertad de hacer lo que les plazca por el mundo.

—Pese a haber leyes y policías, siempre habrán estos casos por el mundo. —habló Eren, viendo como dos señores se peleaban en plena calle, a causa de un conflicto amoroso entre el esposo y el amante— Nada les impide matarse entre ellos, pueden hacerlo accidentalmente o adrede, da igual.

—¡Déjalo! —gritaba la mujer defendiendo a su amante

—¡Eso! ¡Dale su merecido!

—¡No permitas que escape! ¡Tu orgullo está en juego, hombre! —comenzaron a exclamar los espectadores, quienes simplemente se quedaban viendo el espectáculo formando un círculo al rededor

—Hemos pasado de ser un pueblo unido, a uno como el montón... —agregó en tono neutro, aunque muy en el fondo, con cierta decepción

Eren se dio la media vuelta y acomodó la capucha de su sudadera negra, asegurándose de que nadie lo reconozca.

A diario ocurría ese tipo de eventos, desde asesinatos hasta actos inhumanos. Personas así existían por todo el mundo, solo que esta vez era su propio pueblo y eso lo sabía Eren perfectamente, por eso estaba en la obligación de procrear con aquella mujer que vio en el futuro.

—Ella es la indicada... —se repetía en su mente constantemente, tratando de convencerse así mismo de hacer tal cosa

Él rompió la maldición de los trece años de vida y asímismo, también cambió el proceso de pasar el poder titán a otras personas. Esta vez ya no consistía en comerse al portador del titán, en cambio se hacía un ritual donde comías alguna parte del portador con su total autorización, logrando así obtener su poder. Afortunadamente, gracias a la regeneración del portador, esa parte faltante que se le fue cortada, regresaba a como era antes al cabo de uno minutos.

Los habitantes de la isla comenzaban a ganar territorio por todo el mundo, formando así, otras naciones y pueblos, por lo cual Eren también se fue de Paradis, para comenzar la búsqueda de su mujer.

Pasado el tiempo, encontró una pequeña cafetería. Ahí te vio por primera vez, una joven de cabello negro como la noche, piel bronceada y unos ojos rosados que le dejaban hipnotizado con tan solo verlos. Ese color era sumamente extraño para él, aunque recordaba haber visto un color de ojos morado, amarillo y también rojos, en uno de sus tantos viajes.

Eren comenzó a frecuentar la cafetería más a menudo, para así llevar al cabo su última misión, sin embargo al conocerte sintió una inexplicable atracción. Tal vez su destino sí era quedarse junto a ti después de todo, no obstante Eren no era el único en frecuentar la cafetería solo para verte.

Siguiendo El Destino (Eren y Tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora