XXVI

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  El periodo de duelo había pasado, ya las personas que se encontraban se habían marchado. Ya no había lágrimas para llorar; pero eso no importaba, pues ya no iba a disimular.

  Ahora solo quedaba reír culposamente y con mórbida satisfacción. Él amaba su trabajo, ser el enterrador le parecía divertido...

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