Reencuentro - Liovik 2

La Cueva del León

El verano inglés había dado comienzo con las lluvias torrenciales de siempre. Una figura con sombrero enfundada en un caro abrigo caminaba a paso rápido por la calle. Apenas podía distinguirse quién era, las solapas del abrigo le tapaban el rostro dejando solo a la vista un tupido bigote negro, al que se unían las patillas, y unos orbes de color esmeralda. En uno de ellos, podía verse una cicatriz vertical que se perdía en dicho bigote.

Lionel no caminaba rápido para resguardarse de la lluvia, un sencillo encantamiento en su sombrero y en su abrigo le mantenían caliente y seco. Él caminaba rápido porque seguía una pista.

Hacía ya mucho tiempo que sus años de estudiante habían quedado atrás, pero a pesar de los consejos de Ariadne, nunca había podido sacarse de la cabeza a Viktor después de tanto tiempo. Intentó hacerlo, incluso mantuvo una relación de un par de años con un sanador, pero le fue imposible seguir fingiendo y la cortó... ¿Cómo se olvida alguien del amor de su vida y de cómo casi muere a sus manos? Se había especializado en la Legeremancia y trabajaba con los demás desmemorizadores del Ministerio, lo cual solía dejarle bastante tiempo libre, tiempo que empleaba en intentar encontrarle.

Lionel, deberías dejarlo estar, le decía Ariadne cada vez que el inglés le contaba que creía haber visto a Vik. No te hace bien seguir viviendo en el pasado.

Pero esa vez sí estaba seguro: había visto a Vik. Incluso había sentido el medallón de los Khan vibrando levemente en su pecho, donde siempre lo llevaba colgado. Al principio dudó, pues aquella figura corpulenta no se correspondía con elle, pero cuando vio su rostro se quedó en shock. Era Vik. Aquellos misteriosos ojos, la misma nariz recta, sus apetecibles labios... Elle era el motivo de que estuviese avanzando tan rápido por aquella calle, le estaba siguiendo, al igual que aquella fatídica noche del sauce y la pedrada.

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El verano y Londres. Era el único momento del año que Vik podía visitar aquella ciudad sin congelarse por el frío que hacía siempre. Años atrás no le había afectado tanto el clima, pero definitivamente haber visitado cada punto cardinal del planeta había trastornado su termómetro interno. Le había prometido a Ariadne que harían el viaje por el mundo juntos, pero las cosas se torcieron y se tuvo que marchar. Una vez más, todo se fastidia cuando menos preparado estás. No le quedó otra que irse sole...

La reconciliación con su familia había sido pospuesta muchos años. Estuvo esquivándoles hasta que supo que no podrían poner a nadie sobre elle para manipularle, buscando por toda Europa, África y América a los mejores maestros de la magia que pudiesen enseñarle nuevas técnicas que le hiciese más fuerte. Sólo en ese momento se volvió a presentar en las puertas del palacio Khan y aceptó la propuesta de su padre de poner su espada al servicio de la familia. Era libre de estar donde le placiese del mundo mágico, pero tenía que atender ciertos puntos para recoger sus misivas y dar signos de vida. Bastante sencillo de cumplir y le dejaba espacio para su cruzada contra los Clevens, así que aceptó.

En ese momento se hallaba libre de encargos y se le había antojado pasar por el viejo callejón Diagon para ir a Flourish & Blotts a buscar un libro. Llovía, para variar en Londres. Ocultó el tomo bajo su abrigo y echó a andar bajo la lluvia, cubriendo su actual cabello corto pelirrojo bajo un sombrero oscuro, y evitando los charcos del suelo hasta que salió de la calle mágica en dirección a su hotel.

Algo de aquel camino le escamaba, le había parecido que alguien le seguía. Se puso tenso, fruto de anteriores encuentros del mismo calibre, y mientras cruzaba la calle hacia la acera de enfrente, conjuró sin despegar los labios: Legeremens. Casi no pudo contener una carcajada al darse cuenta de la identidad de su persecutor. Se metió en una callejuela cercana para dar un rodeo... Y se ocultó en una esquina para emboscarle.