El Rey Rob

14 1 1
                                    

Nunca conocí a mis padres; y no importa cuánto rogara de niña, mi abuelo siempre se negó a hablar de ellos.
Crecimos en una granja, mi abuelo y yo; y lo digo de esa manera porque él debió volver a aprender a ser niño para lidiar con mi yo de 5 años, de 7 años y más que nada, de mi adolescencia. Siempre algo distante pero gentil, guardaba silencio y me observaba paciente hasta que mis berrinches terminaban por sí solos y hacía muy difícil pelear con él durante mis años de rebeldía.
Las tierras del Rey Rob, como le decían en el pueblo, eran las más fértiles de la zona. Situadas en un gran valle entre dos antiguas montañas, habían intentado, sin éxito, ser adquiridas por varias súper empresas ganaderas a lo largo de los años. Sin importar la cifra o las comodidades ofrecidas, mi abuelo aseguraba que aquel pedazo de tierra no podía ser valuado en números terrenales y que se mantendría en la familia, como hasta ese momento, durante generaciones.
Crecí corriendo descalza entre sembradíos de trigo y gigantes girasoles, con una manada de al menos cinco perros y dos o tres gansos y gallinas que me acompañaban en largas caminatas y fantasticas aventuras siempre dentro del perímetro permitido.
El Rey Rob creía en la magia. Solía contarme emocionantes historias sobre los bosques que rodeaban la propiedad y escalaban pintando de verde las montañas; con reyes valientes y brujas blancas, dragones, duendes y el magnífico ave fénix que renacía de sus propias cenizas. Siempre hacia hincapié en que el bosque era sagrado, y que era mi obligación respetarlo y, más que nada, agradecer sus dones cada vez que iba a explorar en busca de algún hada o ninfa, a pesar de que nunca pudiera encontrar nada. Sonrío al recordarlo dar gracias a la tierra en cada época de siembra o cosecha, allí en los escalones de entrada de nuestra cabaña con su gran pipa de madera y su bastón torcido.
Pero ahora mi abuelo estaba muriendo y las tierras se veían marchitas.
No era algo que no esperara, de hecho me sorprendía que a sus 96 años continuara operando el tractor y conduciendo su vieja camioneta; pero de pronto un día, cuando yo había regresado de la universidad por las vacaciones de verano despertó adolorido y ya no se pudo levantar.
"Es la edad" dijo el médico, "procura que pase sus últimos días cómodo" continuó, y no se me ocurrió nada más que hacer que sentarme a su lado y sujetar su áspera mano llena de callos. Le hablé sobre mis clases y la pequeña ardilla que vive en el árbol junto a mi ventana. Él sonrío y me recordó agradecerle por dejarme ser su vecina y tal vez dejar una ración extra de nueces y semillas cuando se acercara el invierno.
Con la alacena llena y la temporada de cosecha aún lejana no tuve la necesidad de separarme de su lado más que para cocinar y ducharme. Claro que él insistía en que durmiera en mi habitación y no en el sillón que había preparado junto a su cama, pero me asegure de dejar mi viejo monitor de bebé, que por milagro aún funcionaba, a su lado en caso de que me necesitara.
Con el paso de los días y las semanas su condición se deterioró significativamente. Se negaba a comer y apenas tenía voluntad para ir al baño. Yo, en lo más profundo de mi corazón, sentía como si mi abuelo hubiera aceptado su destino y dejado de luchar contra la muerte que lo acechaba. Estaba listo para irse, pero yo todavía no estaba lista para perderlo.
"No te preocupes Princesa, estaremos bien" me decía, "mi hora debía llegar en algún momento"
Aquella noche de sábado mi espíritu se encontraba derrotado, y me excusé de su habitación donde habíamos compartido un tazón de sopa casera de remolacha para lavar los platos y poder ahogar el sonido de mi llanto con el agua del grifo. El gigante gentil que me había criado pronto se iría, y no podía hallar la paz y tranquilidad que intentaba transmitirme.
Cuando las lágrimas cesaron y me sentí lista para regresar lo encontré sentado en la cama con una pequeña sonrisa en los labios.
"Ya no llores mi niña, debo pedirte un favor"
Se extendió sobre su lado izquierdo y sacó un sobre de papel marrón del cajón de su mesa de noche. Estaba algo arrugado y al sujetarlo pude ver un maltrecho escudo de armas estampado en el sello de cera granate. Parecía haberse cerrado hacía muchos años.
"Necesito que lleves esto al viejo roble"
Arqueé la ceja de manera inquisitiva. El viejo roble había caído cuando era pequeña, hacía más de dos décadas en el límite oeste del bosque y lo utilizabamos como punto de referencia cada vez que yo salía a explorar.
"¿No prefieres que lo lleve a la oficina de correo abuelo?"
Él sonrió y nego con la cabeza.
"Por favor cumple el capricho de este viejo"
Y claro que lo haría, esa misma noche atravesé los campos de girasoles con un viejo farol de aceite en la mano y mi fiel manada, que solo estaba feliz de gozar de una salida extra antes de ir a dormir.
Al llegar al viejo tronco caído y cubierto de hongos y musgo respiré hondo, apagué el farol y observé fijamente hacia el interior del bosque.
"Gran espíritu agradezco tus dones" dije en voz baja, tal como había aprendido desde muy pequeña "mi abuelo desea que te entregue esta carta, por favor recíbela"
Apoyé con cuidado el sobre en el tronco y de inmediato pide oír el distintivo sonido de pisadas sobre las ramas secas en el interior del bosque. Pequeños y delicados pasos que se acercaban lentamente y luego, la luz de la luna reveló la hermosa cornamenta de un ciervo joven emerger de entre los pinos y abetos. Pude ver el movimiento de sus orejas y nariz analizando si mi presencia allí significaba algún peligro. Finalmente, luego de algunos segundos avanzó sin quitarme sus brillantes ojos de encima, bajó la cabeza lentamente, tomó el sobre entre sus labios y desapareció con dos saltos dentro de la negrura del bosque.
Estaba perpleja. Jamás en mis 25 años de vida un venado se había acercado a mí de esa manera.
El espíritu del bosque a quien le hablaba cada día no era más que un ser mítico, una fantasía que había cobrado vida en mi corazón gracias a las historias de mi abuelo, y en ese preciso momento me había respondido por primera vez.
Regresé a la casa maravillada, pero frustrada al mismo tiempo por haberme congelado perdiendo la oportunidad de filmar el evento con mi teléfono.
El Rey Rob sonrió todo el tiempo mientas le relataba lo sucedido y asentía con seguridad, como si el ya supiera lo que iba a suceder.
"Princesa" dijo cuando terminé mi historia, "estoy cansado, y mañana será un día muy atareado"
"¿Ah sí?, ¿Acaso piensas levantarte de la cama?"
Soltó una carcajada y se recostó sobre su lado izquierdo dándome la espalda
"Lo pensaré"

El testamento del Rey RobDonde viven las historias. Descúbrelo ahora