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— Son casi las ocho de la noche —empezó el locutor del estadio—. El partido entre los Red Monsters y los War Hawks está a punto de dar comienzo y podemos ver que ya están calentando en su zona del campo. Parece que el entrenador de los Red Monsters tiene algo que decir a su equipo antes de empezar el juego.

Anahí escucha atenta al locutor que suena en la palco VIP del estadio. Esta sentada junto a su padre, Francisco Puente, uno de los multimillonarios más conocidos del mundo, y el mayor fan de los War Hawks, además de su dueño. Su madre, Silvia Puente, está al fondo, charlando relajada con una de las mujeres de un jugador del equipo. Cada equipo tiene su zona VIP, están una frente a la otra, para evitar malentendidos o discusiones tontas entre los fanáticos y familiares de uno u otro equipo. Su padre la mira sonriente. Es muy guapo y sigue siendo un hombre atractivo incluso a pesar de estar ya cerca de los sesenta.

— ¿Emocionada?

Asiente con la cabeza. La temporada pasada acabó a finales de octubre y ya están en marzo. Siempre echaba de menos el fútbol cuando se acaba la temporada. Su padre vuelve a sonreír y su madre se sienta a su lado justo cuando el arbitro da por empezado el partido.

— ¡Vamos James!¡Vamos, vamos, vamos! —salta en el asiento cuando un delantero de su equipo se acerca a portería y chuta— ¡Sí!

El primer gol se da durante los primeros diez minutos de partido y Anahí presiente que va a ser una buena temporada. Se alegra de que James haya empezado la temporada de goles, está mejorando con cada partido y durante este descanso ha estado practicando muy duro para ello. Pero todo el mundo sabe que el mejor delantero, y el mejor jugador, de todos los tiempos en los War Hawks es Alfonso Herrera. Es tenaz, veloz y hábil. Y muy, pero que muy, atractivo. Y Anahí había caído, hace muchos años, en su telaraña. Cuando eran apenas unos niños. En un campamento en el que por casualidad habían coincidido. Se pasó los diez días observándole, tímida. Y él no habría sabido de su existencia si el último día Clara Romen no la hubiera empujado delante de él, haciendo que se rapase las rodillas y las palmas de las manos.

— ¿Estás bien?

Le había preguntado cuando la ayudó a levantarse. Anahí miró sus rodillas y sus manos y gimió, con lágrimas en los ojos.

— Me duele.
— Ven, te llevaré a la enfermería.

Le había agarrado del codo y había intentado tranquilizarla de camino a la enfermería. Había estado atento todo el rato y no se había separado de ella hasta que les vinieron a buscar. Anahí sabía su nombre completo y estuvo los siguientes años yendo al mismo campamento, solo por si le volvía a ver. Pero nunca lo vio hasta que, cuando ya tenía diecisiete, se enteró que había entrado en las ligas menores de los futbolistas de su equipo favorito. Había sido cuestión de tiempo que llegase al equipo principal y ahora, con veinticinco años, lo admiraba más que a nadie.

Luca le pasa la pelota a Zach, Zach a Mateo y Mateo hace un regate para pasársela a Alfonso - el locutor apenas respiraba, porque los jugadores eran más rápidos que él, pero les seguía el ritmo como podía - Alfonso se desmarca, se acerca a portería. Va a tirar, va a tirar y... ¡Gol, gol,gol, gol! Herrera lo ha vuelto a hacer.

El locutor siguió hablando mientras Anahí saltaba feliz con sus padres, celebrando otra victoria gracias al gol de James y a los cuatro siguientes de Alfonso. El partido terminó dos minutos después, con una victoria de los War Hawks cinco a dos. Los jugadores desaparecieron del campo, saludando y aplaudiendo a su audiencia, y los periodistas comenzaron a entrevistarles uno a uno, justo antes de entrar al vestuario. Alfonso fue el último.

— Bueno Alfonso, ¡enhorabuena! Habéis tenido una entrada triunfal esta temporada, cinco a dos, ¿como te sientes?
— Feliz, muy feliz.

Alfonso sonrió a la cámara y se limpió el sudor de la frente. Esa sonrisa podría hacer que cualquier mujer, o incluso cualquier hombre, se desmayase.

— Y agotado —soltó una carcajada— pero vale la pena, me encanta mi trabajo. Y me encanta dar victorias a mi equipo, ¡Vamos Hawks!

Desde detrás de la cámara, todavía se escuchaba como los seguidores de los War Hawks y de Alfonso, vitoreaban su nombre completo. Alfonso los saludó con la mano y volvió a mirar al periodista.

— ¿Qué esperas de esta temporada?
— Espero ganar, como siempre —su sonrisa de lado era más mortal que la normal, y él lo sabía— pero sobretodo disfrutar. Todos somos una gran piña, una gran familia. Y disfrutar es lo más importante para nosotros, si con eso viene la victoria, bienvenida sea.
— Pues muchas gracias y mucha suerte en ese propósito, nosotros estaremos apoyándoos desde fuera.
— Eso también es muy importante para nosotros —guiñó el ojo a cámara— todo esto es por ustedes, porque los amamos y amamos verlos felices.
— Nosotros también os amamos a vosotros, ¡y queremos nuestra victoria!

Alfonso rió antes de despedirse del periodista y entrar en el vestuario con sus compañeros que cantaban y se abrazaban sudados y sin camiseta. Cuando Alfonso entró, James lo agarró de la cintura y lo llevó al centro del círculo que tenían montado.

Estuvieron celebrando un rato, después se metieron en la ducha por turnos y se fueron cambiando para salir con sus familias. Alfonso se dirigió a la sala el último y su madre salió corriendo a abrazarle.

— Cariño has estado fantástico —lo besó en la mejilla al separarse— menuda paliza les habéis dado.

Su padre se acercó a él sonriendo y golpeó su hombro asintiendo.

— Buen inicio chico, va a ser una buena temporada.
— Eso creo yo —asintió, dándole la razón— ¿habéis estado a gusto?
— Oh si, el señor Puente ha sido muy considerado con nosotros —sonrió su madre— y tiene una hija preciosa.
— No la conozco —se encogió de hombros— pero sé que se llama Anahí.

Anahí, como la niña que ayudó el último día de campamento antes de empezar con el fútbol más en serio. No había vuelto a verla, y no sabía ni siquiera su apellido, ni de dónde era. Pero se había fijado en ella los primeros días de campamento y cuando vio a esa otra niña repelente empujarla, no pudo hacer otra cosa que correr a su lado. De la otra niña si recordaba el nombre, Clara Romen, era una metomentodo que se creía lo mejor porque su padre era millonario, pero era una hueca a la que nadie le caía bien.

— ¿Estáis listos? —su padre notó el silencio que se había formado— me muero de hambre.
— Si, claro. Vamos, yo también tengo hambre.

Sus padres no iban a todos los partidos, solo a los más importantes, siempre y cuando les pillase bien en los trabajos y en la ciudad en la que jugaba. Así que cuando lo hacían, Alfonso los colmaba de atenciones. Estaba todo el tiempo posible con ellos y siempre los invitaba a cenar después del partido. Así que hoy no era una excepción.

— Han jugado muy bien —comentó Silvia, acurrucándose en el brazo de su marido.
— Ya lo creo, una muy buena entrada en la liga —sonrió su padre, besando la cabeza de su madre— Annie, cariño, ¿qué te pareció?
— James ha practicado mucho este tiempo, ha mejorado notablemente. Zach está mucho más centrado y Alfonso lo ha bordado, como siempre —sonaba feliz y entusiasmada, como cada vez que los Hawks ganaban— Y todo el equipo ha empezado con ganas la temporada, así que, si siguen así... serán los campeones, ¡otra vez!
— Estoy de acuerdo —asintió una vez— les daré la enhorabuena el lunes cuando vayan a entrenar. Tengo que pasarme por las oficinas porque han pedido algo nuevo, y necesito saber qué es exactamente.
— ¿Es la máquina que les tira balones, o la que mueve muñecos por el campo para hacer de rivales?
— No lo sé —dijo riendo al ver la emoción de su hija— pero el lunes te lo cuento.

Anahí se despidió de sus padres después de cenar y se fue a su pequeño apartamento. Solo tenía una habitación, un salón comedor y cocina unido, un cuarto de baño y una pequeña galería. Trabajaba para su padre, pero recibía un salario normal como todos sus compañeros, porque no quería privilegios de ningún tipo. Y el alquiler del apartamento lo estaba pagando con el dinero de su sueldo, al igual que la comida. El único lujo que se permitía era el de ir a los partidos con sus padres. También era voluntaria en una perrera y pasaba allí la mayoría de sus tardes. A sus padres no les gustaba mucho como había elegido vivir, y a la mínima oportunidad la intentaban convencer para volver y casarse con el hijo rico de algún amigo millonario. Pero ella simplemente sonreía y negaba con la cabeza.

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