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Anahí salió de casa poco después de darse una ducha y vestirse. Al salir del trabajo había pasado a ver a Daisy y Lily le había puesto al corriente sobre todo y todos. Dos perros más habían sido adoptados y una de las orejas iba a tener cachorros pronto. Sonrió, feliz por Luna y Sol, la pareja que iba a tener familia pronto. Habían llegado allí hace unos meses porque sus dueños habían fallecido en un accidente de tráfico y la familia no se podía hacer cargo de ellos. Luna, la hembra, había estado muy deprimida las primeras semanas y apenas se había movido pero Sol, su macho, había intentado animarla en todo momento y al parecer ahora estaban esperando bebés. Aunque pronto desparecerían de su lado porque los cachorros eran los primeros en ser adoptados siempre.

Daisy la esperaba junto al plato de comida. Había empezado a ladrar feliz cuando había escuchado la voz de Anahí y había corrido de un lado a otro cuando la había visto. Anahí rió, divertida, y se sentó en el sueño. Había mejorado mucho durante ese tiempo pero aún la costaba confiar en alguno que no fuera Anahí o, por alguna razón, Alfonso.

— Me echabas de menos, ¿eh?

A lo mejor sentía que lo quería y por ende ella también lo quería.

— Eres una monada, Daisy. Quien no sepa apreciarlo es imbécil.

Estuvo con ella mientras comía y le lamía la cara, y una hora después se fue para prepararse. Y ahí estaba, en la puerta de la casa de Alfonso, con un vestido sencillo pero bonito y una cazadora de cuero porque refrescaba.

Alfonso abrió la puerta con unos vaqueros y una camiseta básica que hacía que sus brazos pareciesen más grandes y musculosos. La atrajo hacia él y la besó con dulzura. Anahí sonrió en sus labios y cerró la puerta con la pierna cuando la empezó a llevar dentro en volandas.

— Hola Annie —la saludó Maite, sentada en el sofá.
— ¡May! Hacia mucho que no te veía.
— Desde aquel partido —asintió— tampoco he visto mucho a mi hermano.

Soltó una risilla.

— ¡María Maite Herrera!
— Agh, odio que me llames así.
— Compórtate entonces.
— Está bien —sonrió— lo siento. Subiré a cambiarme, he quedado.

Se quedaron solos segundos después, Alfonso la hizo sentarse en el sofá, cerca de él, y volvió a besarla con dulzura y cariño.

— ¿Podrías repetir lo de esta tarde?
—¿Cual? —contestó haciéndose la tonta.
— Oh, ¿de verdad no te acuerdas? —la miró divertido— una pena porque tenía algo preparado para...
— Te quiero —le interrumpió— te quiero.

Alfonso sonrió, abrazándola tan fuerte que la hizo reír.

— Te quiero, Annie.

Besó su nariz y después se levantó.

— ¿Y mi sorpresa? —Alfonso amplió la sonrisa y negó con la cabeza— ¿qué?
— Eres imposible —rió.
— Dijiste que tenías algo preparado —se defendió.
— Y es cierto. La cena —sonrió— tengo lista la cena pero quería escucharte decir que me querías antes de invitarte. Necesitaba asegurarme que no venías solo por la comida.

Anahí lo miró divertida y lo siguió hacia la mesa que había preparado en la cristalera que daba al jardín. Rufus estaba fuera, jugando con algunos de sus juguetes mientras aún había luz. Por eso no había salido a recibirla, no estaba en casa.

Alfonso tocó el cristal, como leyendo sus pensamientos, y llamó la atención del perro que pronto corrió a su encuentro. Alfonso abrió la puerta y lo dejó entrar. Rufus ladró feliz y fue directamente a por Anahí. Se lanzó sobre ella y Anahí dio gracias a estar cerca de una pared, de lo contrario habría caído al suelo con el peso del animal. Empezó a reír en alto cuando Rufus buscó su cara, olisqueándola y lamiendo sus manos. Alfonso lo separó con cuidado.

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