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Alfonso Herrera entró en la oficina de Francisco Puente a las nueve en punto de la mañana. Acababa de llegar al campo, ya que lo había citado para hablar del nuevo aparato que querían para entrenar.

— Señor —saludó con una leve inclinación de su cuerpo.
— No hacen falta esas formalidades chico, siéntate y llámame Francisco.
— Si, señor. Perdón —hizo una mueca— Francisco.

Francisco le sonrió ampliamente. Era la primera vez que hablaba con él, aunque llevaba tres años en el equipo, pero le caía bien. Y a su hija, Anahí, le fascinaba, de eso estaba seguro.

— Me han comentado que queréis algo  nuevo para entrenar y que, mayoritariamente, la idea ha sido tuya.
— Así es —asintió, pasando las palmas de sus manos sudadas por sus pantalones.
— Bien, y, exactamente... ¿para qué?

Alfonso abrió los ojos sorprendido, se esperaba cualquier negativa o sermón que le pudiera hacer, no que le preguntase para qué servía la máquina que querían.

— Pues, verá... Si ha visto algún entrenamiento de fútbol americano, sabrá que tienen una especie de colchoneta para empujarla. Hace que practiquen como vencer a los contrarios.
— Pero vosotros no tenéis que empujar a nadie.
— No, pero han fabricado una figuras con un pequeño mecanismo que las deja moverse más de un metro de un lado a otro. El muñeco te detecta y hace su movimiento, así tienes que hacer un regateo para librarte de él.
— Pero eso lo podéis hacer unos con otros, tengo entendido que es una máquina nueva que cuesta millones.
— Lo sé, es cara —suspiró, sabía que sería difícil, pero debía intentarlo— pero nosotros ya conocemos nuestras jugadas. Te puedo decir, sin siquiera mirarle, qué Zach se movería hacia la derecha, James hacia delante, inclinándose a la izquierda y Rubén haría un pequeño movimiento a la izquierda para despistar, pero cambiaría rápido a la derecha.
— Me parece fascinante que conozcas a tus compañeros —sonrió Francisco, echándose hacia delante— pero todavía tengo alguna duda sobre esa máquina de la que tanto hablas.

Anahí se levantó de su sitio cuando vio llegar a su padre, a eso del medio día. Fue hacía él sonriente y le dio un beso en la mejilla.

— ¿Qué tal la reunión?¿Era la máquina de la que te hablé?

Su padre sonrió.

— Al parecer si pero, ¿cómo sabías que era esa?
— Un presentimiento —se encogió de hombros— la verdad es que te lo iba a proponer cuando lo vi, podría ayudarles a no confiar siempre en sus movimientos.
— Eso mismo dijo Alfonso.

Los ojos de Anahí se agrandaron y brillaron con intensidad.

— ¿Si? Entonces, ¿la comprarás?
— Es una muy cara inversión, así que les he dicho que necesitarán hacer una gala benéfica para conseguir dinero y, si llegan a los treinta millones, yo pondré el resto.
— ¿Tan cara es?

Anahí había leído sobre la máquina, lo nueva que era y las pruebas que habían hecho, todas satisfactorias. Pero no había visto el precio por ningún lado.

— Sesenta millones de dólares, querida. Como comprenderás, no puedo arriesgarme a pagar tanto así que hice un trato justo. Treinta mil ellos, treinta mil yo.
— Bueno, me parece justo. Y la gala suena divertida.
— Bien porque irás en nombre de la empresa.
— ¿Yo? Pero...
— No hay más que hablar. Llegará una invitación la semana que viene. Así que tendrás que buscar un buen vestido, quien sabe, lo mismo encuentras al amor de tu vida —le guiñó el ojo.

Anahí soltó una carcajada negando. Había salido con algún que otro chico, pero no había durado ni un año con ninguno. El último, Matías, la engañó tanto y con tantas mujeres, que Anahí juró que sería el último hombre con el que saliese. Suspiró y volvió a su sitio. Aún le quedaban dos horas para irse a casa, pero no podía dejar de pensar en la gala. ¿Iría Alfonso Herrera?¿La recordaría? Suspiró y devolvió la vista al ordenador, donde tenía un correo de su padre.

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